Sabado
23 de Noviembre de 2024
REDES SOCIALES
5 de enero de 2016
Conociste un chico o una chica y en principio, todo parece ir sobre rieles, sin señales de desajuste. Pero de un día para el otro él o ella, que parecía tan enamorado, desaparece sin mediar explicación. En lugar de la sombra del amor, bienvenidos a la sombra (oscura) del desamor.
Las parejas en crisis pueden terminar de diferentes formas: acuerdos, desacuerdos, reclamos, desconocimiento del otro, violencia, etc. Quizá la más incomprensible por lo súbito de la conducta es abandonar al otro sin que medie ninguna explicación.
Esta manera de concluir un vínculo recibe el nombre de “ghosting” en referencia a la película “Ghost”. Si bien no hay estudios al respecto que profundicen en este comportamiento, una encuesta del Huffigton Post reveló que aproximadamente un 11% de los americanos habían optado por romper la relación desapareciendo. Así, un conflicto que generalmente lleva tiempo en ser hablado, tratado, con múltiples alternativas de resolución (ya sea para seguir o separarse) se convierte en un “acting out”, un pasaje al acto, que deja al otro preguntándose ¿qué pasó? ¿Por qué esa resolución? Y aunque tenga sus razones para “irse”, la forma resulta incomprensible.
El ghosting no es nada nuevo
El comportamiento de huida o “fantasmear” no es una novedad. La historia del que “fue a comprar cigarrillos y nunca más volvió” ha quedado impreso en el imaginario popular. Tanto hombres como mujeres han usado esta manera de esfumarse para “escapar” de situaciones imposibles de remontar; a veces mediando un tercero, otras por violencia en el seno familiar, otras con la ilusión de una mejor vida. La amenaza de “algún día me voy a ir y ahí me van a valorar” es uno de los tantas cosas que se dicen en momentos de bronca, pero del dicho al hecho hay un trecho que pocos se atreven a franquear.
El impacto del abandono
Decidirse por dejar todo sin mediar ninguna explicación requiere en ambas partes (la que se va y la que se queda) pensar lo sucedido. Seguramente la más perjudicada es la que sufre el abandono: interrogantes, reproches, angustia, bronca, lo que no se pudo decir ni hacer, etc. El dejado o abandonado, se queda en una situación de espera permanente. En tiempo de redes sociales, la angustia se incrementa cuando la luz verde de "conectado" se enciende: ¿conectado para quién? Para el dejado, no. ¿Con quién estará chateando? Entonces, ante el dolor, el ghosting también implica la anulación de la presencia virtual de las redes sociales: bloqueo de Whatsapp y de Facebook, "dejar de seguir" en Twitter. Así, todas las posibilidades de encuentro y diálogo quedan coartadas.
Además, en otros casos se agrava por la presencia de hijos, deudas, o una economía del hogar que tiene que ser replanteada desde la soledad. En esta etapa la ayuda de familiares y amigos, hasta el escuchar otras historias parecidas ayudan a entender una parte de lo sucedido, aunque la duda quedará ahí, punzando en el pensamiento y las emociones.
Fantasmear para revivir
Existen diferencias entre aquellas historias de abandono sorpresivo que ocurrían en el pasado y las actuales. Antes era frecuente que la presencia de un tercero decidiera el escape, con día y hora, un plan programado de antemano para dejar todo sin rastro alguno de localización. En estos tiempos, la necesidad de una vida diferente es motivo suficiente para provocar la huída en forma irreversible. No hay medias tintas: la ausencia convoca una presencia urgente. Es necesario dejar un lugar vacio, que algún momento estuvo cargado de ilusiones y proyectos, para reencontrarse con uno mismo. Esa conducta “fantasma” debe ocurrir para algo reviva. Las personas que optan por ser “fantasmas” de un día para otro, necesitan imperiosamente recuperar el cuerpo y el sentir, anudado previamente a un vínculo de pareja que no pudo satisfacer los deseos depositados en ella. La huida entonces se constituye en una salvaguarda narcisista, una vuelta hacia sí mismos para volver a empezar. Y si alguien apareciera nuevamente en su camino lo pensarán varias veces y pondrán condiciones para volver a estar en pareja.
Tomar recaudos
Es frecuente que las personas que han pasado por la etapa de “fantasmas” no quieran volver a convivir o a dejarse llevar por ilusiones que después no se cumplen. Cautelosas, medidas, por momentos frías en sus convicciones, defienden a capa y espada la libertad conseguida.
Los hombres suelen sentir alivio, aunque en el silencio de la intimidad se cuestionen la cobardía de no haber enfrentado la situación “cara a cara”; otros se conforman proyectando su incapacidad en la persona que abandonaron “ella me empujó a tomar esta decisión”; también están los más indolentes que dejan todo sin ningún replanteo ni culpa, se van “silbando bajito” como si nada hubiera pasado.
Las mujeres escapan, cuando pueden, a la violencia y al control de sus parejas, es posible que antes de tomar la decisión de irse hayan armado una red entre familiares y amigos que las reciban. Estas mujeres son las que tienen un motivo contundente para dejar a sus parejas apenas se distraiga un instante.
Pero quisiera detenerme en aquellas que no atraviesan situaciones graves. Son las que se sienten frustradas, desilusionadas, dejadas de lado, no tenidas en cuenta por sus parejas. Seguramente hicieron planteos previos y no fueron escuchadas, o hubo cambios temporales para después volver a la misma rutina.
Entre persistir en la inmovilidad o provocar una movida radical optan por lo segundo. Hay que decidirse a ser fantasma para revivir en un cuerpo que parecía muerto, o por lo menos olvidado