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CULTURA
7 de junio de 2016
Eduardo Pogoriles desarrolla este texto para Clarín que merece ser leído.
Torcuato Di Tella no es un adolescente provocador de 74 años. Habla cuatro idiomas, es sociólogo, enseñó en Oxford, publicó más de 20 libros sobre política latinoamericana. Impulsó con su hermano Guido —canciller de Menem— el Instituto Di Tella, un centro de arte e investigación que marcó los años 60. Es verdad, también, que en su corta gestión Torcuato desconcertó a muchos. Algunos lo veían como un dandy, mezcla de Isidoro Cañones con Lucio Mansilla, un gracioso que podía hacer chistes a costa del mundo de los intelectuales porque vivía de rentas, tenía 10.000 hectáreas y poca preocupación por perder su empleo. Para otros, Di Tella era un librepensador que, con sus ironías, desnudaba hipocresías. Lo cierto es que se ganó enemigos desde que Amalia Lacroze de Fortabat —ofendida por un pedido de renuncia anticipado en los medios— se fue antes de lo previsto del Fondo Nacional de las Artes.
Se lo cuestionó por plantear falsos dilemas, al estilo de "libros versus alpargatas". En la Argentina ambas cosas son necesarias. Y además, históricamente, aquí la cultura fue útil para la movilidad social. Sin embargo, Di Tella decía también verdades incómodas: "El país es una casa que se quema y la cultura es el gallinero del fondo", "me muevo en un ambiente de culturritos", "es un escándalo que haya tanta actividad cultural en Buenos Aires y tan poca en otros lados".
Lo que dijo a TXT fue demasiado para Kirchner. Ya lo había perdonado cuando dijo a "La Nación" —en mayo de 2004— que la cultura no era prioritaria para el Gobierno y que esto se demostraba en su escaso presupuesto. ¿Quién podría desmentir a Di Tella en eso? Su sucesor, José Nun, quiere duplicar en 2005 el gasto que hoy ronda los 140 millones de pesos y es menos del 0,3 por ciento del Presupuesto nacional, aunque la UNESCO recomienda gastar al menos el 1 por ciento.