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CULTURA
10 de agosto de 2016
Uno de los personajes habituales de la mitología tanguera es el muchacho calavera.
Por Manuel Adet
El término “calavera” en la actualidad casi no se usa, porque tal vez el escenario y el protagonista que le dieron lugar tampoco existan. Las letras del tango suelen ser admonitorias contra ese joven que se lleva el mundo por delante, el mundo de la noche, el mundo del tango, se entiende. El muchacho calavera es jovial, alegre, ganador; despilfarra sus virtudes y su salud en las mujeres, el juego y las copas. Su vida es un eterno festín; duerme poco y vive mucho; suele ser simpático, comprador, gana en todas y contra todos, pero ese brillo, esa cadena de felicidad dura poco. Tarde o temprano la vida se cobra sus honorarios. El bolsillo no aguanta, pero tampoco la salud aguanta y entonces se inicia la lenta y fatal decadencia, la decadencia que anticipa el veterano, el hombre que ya está de vuelta de todo, el hombre que desde el anonimato contempla con discreta sabiduría el despliegue de excesos.
“Yo que te sigo los pasos, acodao en los estaños,/ tambaleando madrugadas con diez copas o algo más.../ Te bato que no es chacota manosear los veinte años,/ que la vida es una rula con cien números de engaño... y si entrás a largar fichas como un hongo te secás”, dice Edmundo Rivero en “Mis consejos”. No es muy diferente a lo que se anticipa en “Pa’lo que te va a durar”: “Pa’lo que te va durar, tanta alegría o placer,/ lo que vas a cosechar cuando entrés a recoger,/ cuando te des cuenta exacta de que te has gastao la vida,/ en aprontes y partidas, muchacho, te quiero ver”, dicen Edmundo Rivero o Roberto Goyeneche.
“Cómo se pianta la vida” es un tango emblemático y el título ya adelanta el contenido. El tango pertenece a Carlos Viván y se escribió o se dio a conocer en 1929. Viván fue compositor y poeta. A su inspiración pertenecen tangos como “Hacelo por la vieja” y “Moneda de cobre”, entre otras grandes realizaciones. “Cómo se pianta la vida” pertenece a la genealogía de tangos como “Pa’lo que te va a durar”, “Mis consejos”, “Medianoche”, un tango escrito por Héctor Gagliardi, con música de Pichuco e interpretado por Charlo, Alberto Morán y Antonio Maida.
“Cómo se pianta la vida”, fue interpretado por los más destacados cancionistas. Al tango lo descubrí, como no podía ser de otra manera, con Roberto Goyeneche. Se trata de una grabación del Polaco con Troilo en abril de 1963. Antes hubo otras revelaciones. La versión de Miguel Montero, por ejemplo, es excelente; también lo es la de Alberto Castillo con Ricardo Tanturi en 1942, pero destaco muy en particular, la de Héctor Mauré, porque a su reconocida calidad vocal le suma el detalle que canta la letra entera, desde la primera a la última estrofa, algo que un tanguero con sangre en las venas agradece, porque a un poema no se lo puede cortar por la mitad o birlarle una o dos estrofas como si nada.
En “Cómo se pianta la vida”, no hay un observador externo y severo que juzga la conducta, por el contrario es el propio personaje el que a la vuelta del camino evalúa su derrota. “¡Cómo se pianta la vida,/ cómo rezongan los años,/ cuántos fieros desengaños/ te van abriendo una herida! Es triste la primavera,/ si se vive desteñida... ¡Cómo se pianta la vida/ del muchacho calavera!”. Hay que saber cantar esta estrofa, considerada por muchos como un verdadero desafío para el cantor.
Hecha la presentación, luego llega la historia: “Berretines locos de muchacho rana,/ me arrastraron ciego en mi juventud,/ en milongas timbas y en otras macanas,/ donde fui palmando toda mi salud./ Mi copa bohemia de rubia champaña,/ brindado amoríos borracho yo alcé./ Mi vida fue un barco cargado de hazañas,/ que allá en la riberas del mal lo encallé”.
Al muchacho calavera no se lo puede confundir con el gil de “Che fulano”, “Niño bien” o “Muchacho”. Tampoco con el personaje trágico de “Pero yo sé”. Si alguna relación puede tener es con “Carro viejo”, pero allí hay otra tonalidad que establece una leve diferencia con la saga de los jovencitos trasnochadores, porque en este caso se trata de un veterano decadente al estilo de “Enfunda la mandolina”.
El muchacho calavera no es un gil, todo lo contrario. Y su derrota final se produce por haber agotado o llevado al extremo todas sus habilidades. Más que un personaje de comedia es un personaje trágico, alguien condenado a la derrota pero que, mientras ella llega, brilla con todo su esplendor. Es como dice en “Pa’lo que te a va a durar: “Vos sos el que no tiene temores cuando juega,/ vos sos a quien ninguna mujer lo despreció,/ vos el que no pide vos sos el que no ruega,/ vos jugás por derecha habiendo banca o no./ Y por noble y derecho vas dejando a pedazos,/ en esta caravana tu amable corazón,/ en esta caravana de envidias y fracasos,/ donde taureás tu vida de criollo y de varón”.
El punto de vista de “Cómo se pianta la vida” es semejante al de “Medianoche”. En este caso, el personaje está internado en el hospital de donde seguramente ya no saldrá. Desde la cama, mira la hora del reloj que da las doce de la noche y entonces evoca lo que harán en ese momento sus amigos en el café, en la milonga o en alguna partida de billar. Es una evocación dolorosa, impotente, la certeza de un fracaso, de una despedida, la seguridad de que ya no hay retorno posible. “No tiro la bronca porque ahora ando enfermo,/ quisiera batirles, se sepan cuidar./ Las minas, las copas, las farras, los bailes,/ yo triunfé en todo eso y aquí está el final”.
En el poema de Viván, con otras palabras, tal vez con otros vuelo poético, se dice algo parecido: “Mis veinte abriles lloraron un día,/ la milonga triste de su berretín,/ y en la contradanza de aquella partida,/ al trompo de mi alma le faltó piolín./ Hoy estoy pagando aquellas ranadas,/ final de los vivos, que siempre se da,/ me encuentro sin chances en esta jugada,/ la muerte sin grupos ha entrado a tallar”.
El final en todas las circunstancias es trágico, pero en honor a la verdad hay que reconocer que ese muchacho calavera es dueño de un irresistible encanto. Seguramente sufre, seguramente su final será lamentable, pero en su momento de esplendor brilló con luz propia y en estos casos poco importa que las luces hayan alumbrado un escenario decadente. Puede decirse que de alguna manera el muchacho calavera muere en su ley, y esa regla de oro de la ley de la noche, esa ley de la vida valorada por los hombres, es la que ha inspirado a tantos poetas, porque en ese destino hay una marca trágica a la que la verdadera poesía nunca puede ser indiferente.