Martes 26 de Noviembre de 2024

CIENCIA

24 de agosto de 2022

Investigan a los monos aulladores como centinelas de enfermedades virales

La veterinaria Lucila Citón forma parte de un equipo que en la Estación Biológica de Corrientes estudia el impacto de la urbanización en especies silvestres. Cómo la pérdida de biodiversidad puede llevar a nuevos virus zoonóticos y por qué el estudio de los monos carayás o aulladores pueden servir para anticipar brotes de enfermedades virales.

Por Gabriela Ensinck - Red Argentina de Periodismo Científico   Por su comportamiento y parecido con los seres humanos, los monos resultan carismáticos y divertidos. Y también son una “especie centinela” porque su sensibilidad a distintos virus puede advertir de posibles riesgos epidemiológicos.

Este es el tema que investiga la veterinaria Lucila Citón, junto a un equipo dirigido por Silvina Goenaga y Martín Kowalewski, del Conicet, en la Estación Biológica San Cayetano, a pocos kilómetros de la ciudad de Corrientes.

El equipo estudia el impacto de la urbanización en el hábitat de los monos carayá en el nordeste Argentino y la posible aparición de virus zoonóticos (que se transmiten de animales a humanos).

Los monos carayá, también conocidos como monos aulladores, son la especie de primate más austral de América y solían habitar el monte chaqueño y la selva paranaense.

 

Telam SE

“En las últimas décadas, el avance de ciudades como Corrientes y Resistencia los fue desplazando y se habituaron a vivir en zonas urbanas”, comenta Citón a Télam-Confiar.

“Esto trae un sinnúmero de problemas, porque al no haber árboles, usan los cables para trasladarse y corren riesgo de electrocución. Además, son atacados por los perros o por personas que los lastiman o nos llaman para que los saquemos, cuando somos nosotros los que estamos invadiendo su lugar”, relata la veterinaria.

Actualmente, el mono carayá es considerado como una especie amenazada, en la categoría “vulnerable” (es decir, su número ha disminuido significativamente y la distribución de ejemplares se ha alterado).

“Al quitarle su lugar natural, los animales se adaptan al ambiente urbano, lo cual les genera una situación de estrés y sus defensas bajan. Esto los hace más susceptibles a los virus y es allí donde puede ocurrir el salto zoonótico. Eso pasa cuando hay un mayor contacto entre humanos y especies salvajes, como ocurrió con el coronavirus”, explica la veterinaria.

 

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Vigilancia epidemiológica

En particular, Citón y su equipo realizan una vigilancia epidemiológica estudiando “arbovirus” (virus transmitidos por vectores) potencialmente zoonóticos, como el de la fiebre amarilla y el dengue, que utilizan mosquitos para su transmisión.

Los monos carayás son especialmente sensibles a la fiebre amarilla. En ellos la infección se manifiesta en forma aguda y tiene una alta mortalidad. “Son una especie centinela porque advierten que la enfermedad está presente en la zona y hay que vacunar a la población”, destaca la veterinaria.

“Actualmente estamos tomando muestras para fiebre amarilla, dengue, y también coronavirus, algo que aún no se ha estudiado y queremos conocer si la Covid también afecta a los monos”, señala la investigadora.

Su grupo forma parte de un equipo más grande en todo el país que realiza vigilancia epidemiológica en distintas especies de mamíferos que también son centinela, como ciervos, zorros y murciélagos. “No se puede hacer un seguimiento de todas las especies, pero estudiando a aquellas que son centinela podemos conocer la salud del ambiente, bajo el concepto de una sola salud: humana y ambiental”, explica.

“Hemos afectado e invadido el territorio natural de otras especies, y tenemos que aprender a convivir con ellas. Esto implica respetarlos, no acercárseles ni alimentarlos. Los monos carayás no comen bananas y rara vez comen frutas. Ellos se alimentan de las hojas de los árboles y viven felices en el monte. El tema es que estamos destruyendo el monte, y al poner en riesgo a esta especie y su hábitat, nos estamos poniendo en riesgo nosotros”, advierte la investigadora.

 

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Viruela símica: La culpa no es del mono


La (mal) llamada “viruela del mono”, también conocida como “viruela símica, es una enfermedad viral que no es nueva para la ciencia. Fue descripta por primera vez en África (donde es endémica en algunas regiones) y se la conoce desde la década de 1970.

“La mayor parte del conocimiento de esta enfermedad deriva de su circulación en el continente africano, donde se ha observado que los contagios entre personas se dan por contacto directo con fluidos corporales, a través de las lesiones que provoca la enfermedad en la piel, y por contacto con las mucosas. También se sabe que, en África, el principal reservorio de la enfermedad, son los roedores”, destaca en un comunicado la Asociación de Primatología Argentina (Aprima).

Se trata de una enfermedad menos frecuente y con síntomas más leves que la viruela, que en general estaba circunscripta a pocos países de Africa, aunque este año se han registrado brotes en más de 30 países, incluyendo la Argentina, donde el ministerio de Salud confirmó el primer caso a mediados de junio, en una persona que había viajado al exterior.

¿Y qué tienen que ver los monos? “Nada en cuanto a la responsabilidad de transmitirlo a las personas. Su nombre se debe a que fue identificada en monos de laboratorio, pero esto no tiene nada que ver con el rol de los primates en el ciclo de trasmisión de la enfermedad”, advierte el documento de la entidad que agrupa a los principales investigadores en primates no humanos del país.

“Es más, al menos los monos africanos, se enferman al igual que las personas. Pero no hay datos que indiquen que las poblaciones de monos de Argentina estén o hayan estado infectadas con este virus”, aclaran los especialistas de Aprima.

El virus de la viruela símica, al igual que otros virus zoonóticos, puede transmitirse de animales silvestres a las personas y viceversa. Sin embargo, el factor de riesgo más importante es el contacto cercano con personas infectadas, con una forma de transmisión similar a las enfermedades venéreas, aunque hasta el momento no se considera una enfermedad de transmisión sexual (ETS).

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