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INTERES GRAL
17 de abril de 2018
Los padres la acompañaron hasta el Registro Civil para que tramitara esta modificación en el DNI. Este es el primer caso de una nena registrado en Salta.
“Vos me tenes que aceptar como soy, soy tu hija, no tu hijo”, le dijo a Damián, Tatiana (nombre ficticio para preservar su privacidad), cuando tenía ocho años.
Desde ese momento, Damián, pasó de la no aceptación a ser un ferviente protector de los derechos de su hija trans junto a su mujer, Graciela.
La acompañaron hasta el Registro Civil para que tramitara su cambio de género en el DNI.
Desde que se reglamentó la ley de identidad de género, en el 2012, en la provincia fueron siete los menores de 18 años que pidieron cambiar su género, todos adolescentes. Este es el primer caso de una niña.
Para Tatiana tampoco fue fácil. A los 6 años le dijo a su mamá “soy gay”, cuando se enteró lo que eso significaba, aunque no se identificó con la imagen de “dos hombres juntos”, y dejó la idea ahí.
La palabra que le sonó a profecía la encontró dos años después, en la academia de baile en la que tomaba clases. Una tarde, una compañera le contó sobre un documental que había visto en el que había una “nena trans”, “un niño que se hacía niña”, lo que provocó la confesión a gritos “eso soy yo!”:
“Me puse nerviosa, pensé que me iban a gritar cosas”, recuerda la niña. Desde el principio supo que debía evitar las confesiones, que en muchos casos terminaban en insultos e incluso golpes.
“Yo la veía llorar sentada en el cordón porque los vecinitos le pegaban y la insultaban”, lamentó su papá.
“Antes era un niño triste, tímido, enojado, no se quería cortar el pelo y renegaba para todo, hoy mira lo que es”, dice al diario El Tribuno.
“No se por qué hay una fila para varones y otra para nenas, deberíamos estar todos juntos”, lanza Tatiana con naturalidad para volver su mirada a los dibujitos de la televisión.
“Solo un niño me entendió, me dijo ’yo soy cómo vos’, para mí que era gay, él fue uno de los primeros en decirme Tatiana en los cumpleaños”, dice.
No todos los compañeros de la misma orientación tuvieron la misma suerte, ante una nueva confesión.
Lo que había comenzado como un “juego” en el que ella se ponía polleras, ahora era un tema familiar que había que conversar seriamente ante cada nuevo paso.
“La dejaba usar ropa de mujer en casa”, relata su madre, pero para su hija había llegado el momento de llevar a la calle lo que era puertas adentro.
Graciela en un principio se opuso “para protegerla, para que no se le burlen, porque no iban a entender”, justifica.
En la escuela de zona sur a la que asiste nada fue fácil. Ante la insistencia de que la llamaran Tatiana, accedieron las maestras de música y la de arte. Pero no tiene los mejores recuerdos de la de matemáticas.