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CINE
15 de mayo de 2024
Fue el tercer film de María Luisa Bemberg. Cómo surgió el proyecto y el feminismo pionero de la directora. Los grandes aciertos de casting y los motivos por los que se convirtió en un fenómeno de espectadores. La carrera por el Oscar que se frustró en la ceremonia de Los Ángeles, la elección de Imanol Arias, las escenas de sexo y la frase que la convirtió en éxito.
PorMatías Bauso
Escena final Camila
El 1 de abril de 1982, María Luisa Bemberg estrenó su segunda película, Señora de nadie. Luego de la función especial en la que estuvieron los actores, el equipo técnico, invitados especiales y la prensa, parte del equipo fue a cenar a El Tropezón. La directora y Lita Stantic, su productora, se quedaron charlando hasta tarde. Hacían tiempo para esperar la salida de los diarios a la madrugada para leer las críticas del film. A eso de las cuatro de la mañana, una de las asistentes entró al restaurante con la pila de diarios. Pero muchos de ellos durarían poco tiempo, no las habituales 24 horas; en un par de horas llegaría a los kioscos la segunda edición de los principales matutinos anunciando la invasión argentina a las Islas Malvinas.
En esa larga sobremesa, ya con los diarios desplegados sobre las tazas de café, María Luisa Bemberg se quejó de que la mayoría de los críticos la acusaran de hacer películas intelectuales, frías, sin pasión. Las reseñas además destilaban incomodidad por su feminismo. Lita Stantic le dijo que su próxima película debía ser una historia de amor y hasta le propuso el tema. Tenían que filmar la historia de Camila O’Gorman.
A María Luisa Bemberg no le pareció que esa fuera una historia para ella (ya la conocía: algunos años antes Graciela Borges le había hablado de ella en medio de un rodaje), no creía que pudiera ingresar en ese mundo de un amor trunco y apasionado con final trágico. Sin embargo, al día siguiente empezó a investigar y a buscar de qué manera encarar el tema. Unas semanas después, mientras el resto de los argentinos colgaba banderas en los balcones y vivaba dictadores en Plaza de Mayo, ella se había convencido de que ese romance prohibido entre la chica de 19 años y el sacerdote tucumano sería el tema de su próxima película.
La siguiente fecha significativa que también concuerda con un gran evento nacional fue la del inicio del rodaje. Como un augurio, con una simetría que fuerza aún más la analogía, el rodaje comenzó el 10 de diciembre de 1983, el día de la asunción de Raúl Alfonsín. Como si esa fecha indicara el nacimiento de un nuevo país y, al mismo tiempo, de un nuevo cine.
Una de las preocupaciones del dúo Bemberg-Stantic fue encontrar a la actriz principal. Era un papel de una enorme exigencia. La actriz debía ser joven, no podía alejarse demasiado de los 19 años de la Camila original, y debía cubrir una intimidante diversidad de registros. La primera opción fue una chica que habían visto actuar en televisión, en esos ciclos que hacían furor en la pantalla en los que grandes actores con escenografía mínima llevaban adelante textos desafiantes que trataban problemáticas actuales en las que la pantalla chica no había incurrido hasta ese momento.
Susú Pecoraro era una de las intérpretes que descollaba en esos programas que habían ganado un prestigio inmediato. Pero la joven actriz, sin experiencia en cine, no aceptó la propuesta inicial, ni siquiera leyó el guión. Además del trabajo en TV, estaba ensayando una obra de teatro con Juan Leyrado y Ana María Picchio, entre otros. Se disculpó con Stantic y desechó la propuesta. Un tiempo después, en uno de los descansos de los ensayos teatrales, le contó el episodio a sus compañeros. Ana María Picchio le dijo que estaba loca si no aceptaba, que ese papel era el que todas las actrices argentinas anhelaban.
La voz en off de los personajes tras el fusilamiento fue una adición de último momento sugerida por Lita Stantic. Bemberg no estaba muy convencida de hacerlo
“Esa noche al llegar a mi casa busqué el guión y lo empecé a leer por primera vez. No lo pude soltar. Al terminar de leerlo estaba tirada en el piso llorando” contó Susú Pecoraro hace un tiempo.
La elección del actor principal es otro prodigio de casting. Un joven actor español, no demasiado conocido, al que por su acento debían doblar sí o sí en la postproducción, que enamoró a las argentinas de inmediato, un fulminante amor a primera vista. Imanol Arias fue un perfecto Padre Ladislao.
Al tiempo que Bemberg escribía, Lita Stantic solucionaba las cuestiones de producción. Tenía la dificultad de ser una película de época (el presupuesto fue de 370.000 dólares). Buscaba locaciones, cerraba condiciones con el equipo técnico y forjaba una de las primeras coproducciones argentino españolas (lo que justifica la presencia de Imanol). Esta coproducción, además de la ventajas económicas, tenía como fin dejar abierto el en ese entonces improbable mercado español por si por la temática hacía imposible una carrera comercial en Argentina. Stantic temía por las posibles presiones de la iglesia y de los sectores conservadores. De hecho, luego del estreno hubo alguna amenaza de bomba (un signo de esos tiempos) y la rotura de varios de los afiches publicitarios. Aunque el éxito fue tan fulminante que nada lo pudo parar.
El guión conoció muchas versiones. En los créditos figuran Bemberg, Beda Do Campo Feijó y Juan Bautista Stagnaro como los autores. Pero por divergencias de enfoques y en especial en cuanto a la estructura dramática, en las últimas versiones la directora trabajó sola.
El cine argentino ya había tratado el caso del amor trágico de Camila O’Gorman. Primero el cine mudo (no se conservan copias). Luego, a principios de la década del 50, Luis César Amadori trabajó en un guión que protagonizaría Zully Moreno, que luego desechó por sugerencia de Juan Domingo Perón: el entonces presidente adujo que prefería no tener más problemas con la iglesia y menos por una película. En 1971, José Batlle Planas dirigió El Destino, también basada en esta historia. Julia Elena Dávalos interpretó a Camila y Lautaro Murúa al sacerdote.
La película se estrenó 40 años atrás. Tuvo más de 2.600.000 espectadores y fue nominada a los Oscars
María Luisa Bemberg es la figura central en la historia de Camila. Hija de Otto Bemberg, dueño de Quilmes, empresario argentino, empezó en el cine cuando tenía 59 años. María Luisa no tuvo educación formal. Fue criada entre institutrices (tema de Miss Mary, su siguiente película) y educada para ser una buena madre y esposa. Era todo (solo) lo que se esperaba de ella. Respetó ese mandato un largo tiempo, postergando ideales, inquietudes, sueños e intuiciones.
A los 22 años se casó con Carlos Miguens; otra vez una fecha trascendental de la historia cruzándose con su vida personal: la boda fue el 17 de octubre de 1945. Tuvo 4 hijos y durante décadas se abocó a ellos. Les dio, en especial a las hijas, lo que a ella le había faltado: educación formal. Una se recibió de ingeniera y la otra de arquitecta. Pero eso no le alcanzaba para realizarse personalmente: “Hay que tener 4 hijos para darse cuenta que con eso solo no basta”, solía decir. Con el tiempo, una tarea improbable para la época, se separó.
Siempre había querido actuar. Cuando a los 12 años expresó esos deseos, su padre le dijo que podía hacerlo si quería pero que tenía que irse de su casa y olvidarse de que era su hija. Ya separada, se hizo cargo del Teatro del Globo. Lo remodeló y lo llevó adelante durante años. Hasta se animó a escribir una obra.
Tuvo un primer acercamiento al cine con dos guiones que fueron filmados por directores varones: Crónica de una señora de Raúl de la Torre (1970) y Triángulo para cuatro (1975) de Fernando Ayala. Pero quedó disconforme con ambas porque su visión no se había trasladado al producto final; entendió que una película era de su director. En 1980 hizo su primer film, Momentos. Señora de nadie fue el segundo. Con el tercero, con Camila, llegaría el éxito y el prestigio.
“Tengo un compromiso moral de proponer a la platea imágenes, proyectos de mujeres que no sean esas aberraciones que se suelen encontrar en el cine argentino donde los personajes femeninos son inexistentes o meros clichés. Mi propuesta es mostrar mujeres de carne y hueso, mostrarlas como son, con sus contradicciones y conflictos. Pero, fundamentalmente, mujeres que no padecen pasivamente su destino, sino que intentan cambiarlo. Y que se juegan: son audaces y honestas consigo mismas. Son mujeres que se salen del molde”, dijo en las entrevistas del lanzamiento de la película.
Fue la tercera película de María Luisa Bemberg. Significó su consagración definitiva
Camila, la Camila de Bemberg, es una mujer que toma decisiones, que se juega por sus sentimientos, que se anima a ir contra las instituciones. No es un ser pasivo, un personaje débil que es arrastrado por la marea. Y esa osadía la paga con su vida.
Es un personaje construido con valentía, contra su tiempo, adelantado a su época. El enfoque podría haber sido diferente: ella era seducida por el sacerdote, que la engañaba y la conducía al desastre. Pero Bemberg supo encontrar en el personaje algo atemporal, que expresara lo que ella pensaba sobre el lugar de la mujer en el mundo.
Analizando el film desde ese punto de vista, sorprende el éxito que tuvo en esos tiempos. Es una película abiertamente feminista, con una mirada que contradice todo el cine local hasta ese momento (ya la figura de la mujer como directora era una rareza absoluta).
María Luisa fue una de las fundadores de la pionera de la Unión Feminista Argentina a principios de los setenta. En una entrevista que le realizaron en Función Privada ya avanzada la década del ochenta, respondió sobre su feminismo: “Creo que soy una mujer moderna, creo que soy una mujer lúcida y honesta, y al final del Siglo XX es imposible no ser feminista. Es una mirada diferente sobre el mundo”.
Cuando le llegó el turno de ser directora siempre ubicó en el centro de sus películas a mujeres fuertes, decididas, no inmunes al error pero que forjaban su propio destino. Se molestaba con la pregunta recurrente de los periodistas sobre por qué sus protagonistas eran mujeres: “Siempre me sorprende cuando me hacen esa pregunta. Y me la hacen seguido. Nunca escuché que a un director varón le pregunten por qué sus protagonistas siempre son hombres. Y eso sucede en una inmensa mayoría de los casos. Se supone que lo universal es lo masculino y que lo femenino es subalterno. Pero es igualmente universal la mujer que el hombre. Somos la mitad de la humanidad”.
El erotismo de varias escenas encendió a varias generaciones. Bemberg eligió salir del lugar común de mostrar a la mujer como la seducida y en un rol pasivo. Camila es una mujer con deseo
Su primer corto, Mujeres de 1972 (se puede ver en las redes), es extraordinario. Es un contundente y moderno manifiesto feminista, que se aleja del panfleto con una inteligencia feroz. Es un collage de imágenes tomadas en la Feria de la Mujer de ese año, mientras de fondo se leen fragmentos de una guía “para la mujer de hoy” editada por una revista femenina y un cuento infantil.
Camila es un melodrama de época. La historia del amor prohibido entre la joven de clase alta y el religioso que escandalizó a toda la sociedad, la fuga, la detención y el fusilamiento de los enamorados. Una buena historia pero conocida. La diferencia estuvo en su tratamiento. El clima de época ayudó. Hablaba, a su modo del pasado reciente. Juan Manuel de Rosas como personaje omnipresente (a pesar de estar fuera de campo), la condena sin posibilidad de defensa, la falta de libertad, el arbitrio, la impunidad de los poderosos, la persecución, la muerte violenta.
Comienza con la llegada de la Perichona, la abuela de Camila O’Gorman. La abuela le pregunta a la nieta pequeña: “¿Te gustan las historias de amor?”. “No sé”, responde la chica.
Una de las grandes escenas de la película es cuando los protagonistas se ven por primera vez. Ella había escuchado su voz en el confesionario. Pero jugando al gallito ciego se choca con el Padre Ladislao. Así que si primero lo había escuchado, el siguiente sentido que entró en juego fue el tacto.
Con los ojos vendados, Camila trata de saber quién es el hombre. Cuando se saca la venda y por primera vez se ven, las caras de ambos se transforman. Un gran momento cinematográfico que se vuelve circular: el final los encuentra otra vez con los ojos vendados pero frente al pelotón de fusilamiento.
Otra decisión diferente a la de los demás realizadores de la época es la que toma en las escenas sexuales, infaltables en el cine de la Primavera Alfonsinista. Son sólo tres. La primera, de un gran erotismo, no tiene ninguna desnudez: en medio de alucinaciones por la fiebre alta, Ladislao lleva la mano de Camila hacia sus genitales pero por sobre la ropa. La segunda es una charla alegre, ilusionada y vital en la cama, en la que lo único que se llega ver sobre el final es la cola de Imanol Arias: otra decisión feminista. Por último la escena de sexo sobre la mesa de la casa de la pareja en Corrientes.
No hay sometimiento, escenas que pretenden ser explícitas, ni poses coreográficas como en el resto de las películas argentinas de esos años. Camila es una mujer con deseo, que disfruta de una relación sexual, que goza. “Pocos films argentinos habían encontrado la forma de manifestar una pasión carnal y prácticamente ninguno había tratado ese erotismo desde el punto de vista de la mujer. El deseo de la mujer está todo el tiempo en un primer plano en el film”, escribió el crítico Santiago García.
Camila era la primera historia de amor que filmaba María Luisa Bemberg. El desafío aumentaba al tratarse de un film de época
Las escenas de confesionario, con el silencio de la iglesia (locación que fue difícil de encontrar debido a la resistencia inicial del clero local: al final consiguieron la de Pilar), con las palabras susurradas, con las caras recortadas, también constituyen excelentes momentos. “Me muero de amor, Padre”, dice Camila. “Eso no es pecado”, contesta Ladislao. O “¿Qué voy a hacer contigo, Camila?”. “Lo que usted quiera, Padre”.
La actuación de Susú Pecoraro es extraordinaria. Además de su belleza natural, de esa atracción que siente la cámara por ella, impresiona su ductilidad. La ilusión de la enamorada, la desesperación por el amor que no se concreta, el amor por el final trágico. La secuencia de la cárcel y el grito contando de su embarazo todavía hoy emocionan.
Camila se estrenó en 30 salas el 17 de mayo de 1984. Parece una nimiedad en estos tiempos en que los tanques cinematográficos salen con varios centenares de copias. Sin embargo permaneció en cartel varios meses. Y con la nominación al Oscar volvió a la cartelera. La vieron más de 2 millones y medio de espectadores.
Lita Stantic tuvo mucho que ver con una parte fundamental de la escena final. Ella fue la que sugirió repetir el diálogo final de la pareja en off sobre sus caras después del fusilamiento (“¿Ladislao estás ahí? A tu lado, Camila”). Dicen que convenció a Bemberg de ese agregado con una frase: “Eso va a significar un millón más de espectadores” (otros dicen que la cifra que dio fue la de 350.000 espectadores). No le faltó razón.
Tiempo después, Bemberg expresó su arrepentimiento por ese agregado: “Es una escena tramposa. Yo debería hacer lo que me gusta y no lo que dice la boletería”.
La mañana del 6 de febrero de 1985, Argentina se revolucionó. Los noticieros de televisión y los programas de radio sólo hablaban de una cosa. En la calle se instaló, de pronto, un aire triunfalista, como el que despide un partido ganado por la Selección de fútbol en alguna ocasión especial. Camila había sido nominada al Oscar.
Eran pocos los que creían que ese melodrama de época tuviera alguna posibilidad de quedar entre las cinco finalistas. Había tenido un buen recorrido por algunos festivales internacionales, pero tampoco era que había cosechado demasiados premios ni unánimes críticas.
La nominación fue tomada como algo personal por los argentinos. Adquirió un aura de gesta. Por un lado por el chauvinismo rampante, por una nueva ocasión para demostrarle al mundo que éramos los mejores, por la “futbolización” de esos logros; por el otro, porque la gran mayoría se sentía parte: la película había sido un masivo éxito de taquilla y más de 2.600.000 de espectadores se habían conmovido con ella.
Camila fue interpretada por Susu Pecoraro, mientras que Imanol Arias le dio vida a Ladislao Gutiérrez. La química de la pareja protagónica fue una de las grandes causas del enorme éxito
Además de sus logros propios, Camila participó del clima de época, se benefició de él. Como si estuviera predestinada desde el inicio, su gestación se entreveró con fechas muy significativas de los estertores de la Dictadura Militar y de la nueva etapa democrática.
Diez años antes La Tregua de Sergio Renán había estado nominada. En ese momento parecía imposible ganar. En frente estaba Amarcord de Federico Fellini. Pero los rivales de Camila eran una película de José Luis Garcí (había ganado el año anterior con Asignatura pendiente), una israelí, una rusa y Juegos Peligrosos, una película suiza de Richard Dembo que trataba sobre las tensiones en un campeonato mundial de ajedrez en medio de la guerra fría. Esta fue la ganadora de la estatuilla. Camila pudo ser la primera película dirigida por una mujer en ganar un Oscar.
El orgullo nacional sería repuesto el año siguiente con el triunfo de La Historia Oficial.
A Los Ángeles viajaron las tres mujeres de la película. Bemberg, Lita Stantic y Pecoraro. Susú paseó por Disneylandia el día previo a la ceremonia mientras se preparaban para el gran momento.
De ese viaje conserva otro gran recuerdo. Mientras comía en un restaurante una elegante mujer se acercó a felicitarla. Le dijo que había quedado impactada por la película y por su actuación. Ella también era actriz. “Cicely Tyson”, se presentó. Mientras las dos mujeres hablaban un silencio profundo se instaló en el restaurante. Un hombre negro con un largo tapado de cuero que le llegaba a los tobillos, frente prominente, belleza singular y cara de pocos amigos se acercó a ellas. Susú quedó descolocada hasta que Cicely hizo las presentaciones: “Miles Davis, mi marido”. Luego de hablar unos minutos, la actriz y el trompetista se sacaron una foto.
María Luisa Bemberg siguió filmando, recuperando el tiempo perdido. Hizo Miss Mary, Yo, la peor de todas basada en un libro de Octavio Paz y De eso no se habla con Marcelo Mastroianni.
De esa película queda una anécdota extraordinaria que muestra la personalidad de Bemberg. La narró hace un tiempo en Twitter (todavía se llamaba así) el periodista Alejandro Ricagno, uno de sus protagonistas.
María Luisa Bemberg dirigió a Marcello Mastroianni en de Eso No se Habla. Una crítica de la revista El Amante la enfureció y en cóctel se tomó su revancha
Alejandro Ricagno había escrito una crítica mordaz sobre De Eso No Se Habla en la revista El Amante. Empezaba con una gran primera frase (ingeniosa, arbitraria, contundente): “Lo que más me gusta de la producción de Bemberg es la cerveza”. Hacía obvia referencia al imperio cervecero (Quilmes) forjado por Otto Bemberg, el padre de la directora. Bastante tiempo después en el brindis posterior a la presentación de un corto, María Luisa y Ricagno se encontraron personalmente. La nuera de la directora los presentó. Dijo el nombre del periodista y agregó que escribía en El Amante.
- Conozco la revista. Estoy suscripta y la leo- dijo Bemberg.
- Y, es un poco polémica- se excusó Ricagno.
- A mí no me molestan las críticas … cuando son serias –dijo la directora mientras miraba a los ojos al periodista- ¿Vos qué hacés en la revista? ¿La repartís? ¿Me podés sostener un momento la copa de champagne, por favor?
- Sí, por supuesto- respondió el periodista.
María Luisa Bemberg, con velocidad, buena puntería y sin mucha fuerza le aplicó un cachetazo a Ricagno, con la cualidad que debe tener todo cachetazo para ser tal: producir un chasquido poderoso, resonar durante algunos segundos. Ricagno, mientras sostenía las dos copas de champagne, quedó desconcertado, con la boca y los ojos abiertos.
- Así, exactamente así, quedó mi cara cuando leí tu crítica. Ahora estamos a mano. Brindemos- cerró el episodio María Luisa mientras recuperaba la sonrisa y chocaba su copa con la del periodista.
Cuando narró este episodio en Twitter, Alejandro Ricagno concluyó: “Y brindé con la directora de Eso No Se Habla. Y no hablamos más de eso. Toda una dama. Y lo digo sin ironía”.
María Luisa Bemberg murió a los 73 años el 7 de mayo de 1995. Cuando empezó su carrera en el cine argentino estaba sola, era una rareza. Fue vista casi como un capricho tardío de millonaria. Cuando murió, 15 años después, 6 películas después, había abierto un camino definitivo. Ya no estaba sola: muchas son las cineastas que siguieron su senda. Ese es su mayor legado.
María Luisa está ahí.
Fuente Infobae