Viernes
22 de Noviembre de 2024
OPINIÓN
29 de marzo de 2020
Por Magter. Patricia Irma Breppe
Los acontecimientos que se generan en relación a la pandemia que estamos viviendo a escala planetaria produce, en todos nosotros, reflexiones en diversas dimensiones de la vida humana.
En particular me interesa compartir algunos comentarios acerca de las decisiones políticas de los estados y las actitudes de sus respectivas sociedades para responder al Coronavirus. Algunas han tomado las medidas preventivas propuestas por la Organización Mundial de la Salud (OMS), Alemania por ejemplo, teniendo un nivel de impacto en las consecuencias de la propagación del virus de menor intensidad que otras que decidieron tardíamente adoptar las pautas de aislamiento social correspondiente (Italia, España y en menor medida Gran Bretaña).
En el sustrato de estas decisiones políticas está implícita la perspectiva de los fines del Estado y de sus prioridades, que se apoya en la concepción del hombre en sociedad. Y aquí, la pregunta de Aristóteles en el Siglo V A.C. ¿Por qué es el hombre un animal político, más que cualquier otra criatura gregaria? Tiene en esta pandemia global su respuesta. El hombre es el único animal dotado de lenguaje y el poder del lenguaje se encuentra en la intención de expresar qué es justo y qué es injusto. A diferencia de los animales, solo el hombre tiene noción del bien y del mal, y es en asociación con otros seres vivientes que poseen este don cómo constituye una casa y un Estado. Estos fundamentos de la cohabitación humana postulados por el filósofo griego conservan su actualidad porque hasta el momento han permanecido con diferentes tiempos y con la implementación de políticas públicas en un cumplimiento inacabado.
En este sentido, después de la segunda post guerra y hasta la década del 70´ en el Siglo XX se impuso en Europa y en Estados Unidos durante la Presidencia de Roosvelt el modelo de Estado Bienestarista que planteaba la primacía estatal en los sistemas de seguridad social, de salud, de vivienda y de educación, basado en una lógica de solidaridad intergeneracional y de carácter económico-financiera para asegurar a los miembros de esas sociedades políticas un acceso de tipo universal a los bienes fundamentales.
Este arreglo institucional fue posible por las luchas de los movimientos obreros que interpelaron los procesos de acumulación ilimitada del capitalismo individualista y plantearon un esquema político de pacto societal entre quienes representaban a los trabajadores y quienes a los empleadores. Este gran acuerdo social inauguró una sociedad de bienestar que, en nuestro País durante el primer gobierno Justicialista, combinó la lógica del aseguramiento para los trabajadores formales con la de carácter universal para cubrir a los trabajadores informales que presentaban diferentes niveles de precariedad laboral.
La Protección, la Seguridad y la certidumbre que el Estado Bienestarista ofreció durante tres décadas del Siglo XX inició su caída en los cuestionamientos a las regulaciones de las relaciones laborales y al protagonismo del Estado en la resolución de las necesidades prioritarias de las mayorías. Y esto sucedió en la “modernidad líquida” de la que nos habla Zygmunt Bauman, donde el debilitamiento de los soportes de proximidad trajo a un hombre solo y desamparado y a una sociedad inexistente.
Frente a esta experiencia humana de carácter global, cuyo desarrollo es incierto para todos por igual, se activaron los dispositivos institucionales del Estado-Nación (Sistemas Sanitarios, de Seguridad, de Abastecimiento, de Producción de Alimentos y Medicinas, de Apoyos logísticos de diversa envergadura) que dan cuenta que esta organización política-institucional creada por el hombre para garantizar una convivencia dirigida al orden justo de la vida común, constituye el sostén fundamental de la vida societal, en momentos de pánico e incertidumbre generalizados. Porque las fuerzas del mercado a través del libre juego de las finanzas, el capital y el comercio no son capaces de ponerse al frente de la sociedad para conducirla.
Por ello este flagelo mundial nos puede convocar a realizar una reflexión crítica respecto a los desafíos que tenemos por delante en orden a construir y/o fortalecer un sentido societal basado en nuestra condición gregaria que origine un estado acorde a los requerimientos y desafíos de nuestro siglo, y cuyo poder legítimo y soberano constituya el “locus” de la Integración social y de su reproducción.
Ciertamente este planteamiento nos impone el desarrollo de diferentes disputas político–ideológicas en torno a la construcción de un Estado-Nación que procure el bienestar en un contexto local e internacional caracterizado por la globalización y la biodiversidad.
Magter. Patricia Irma Breppe:
Profesora Titular de la Cátedra Política Social II de la Facultad de Humanidades – UNCA. Decana de esa Facultad.