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INTERNACIONALES
7 de noviembre de 2016
A primera vista las elecciones en Estados Unidos que se realizarán mañana pueden ser interpretadas como parecidas a las de Argentina; sin embargo, una mirada más profunda revela un sistema intrincado que no fomenta -y por momentos obstaculiza- la participación masiva.
Los candidatos y los partidos políticos no sólo deben convencer a los ciudadanos de que vayan a votar el día de los comicios, sino que además deben recordarles que primero tienen que registrarse ante las autoridades locales para que los incluyan en el padrón.
A diferencia de Argentina, el Estado no construye de oficio el padrón electoral con los nombres de todos aquellos ciudadanos con edad suficiente para votar. Aquellos estadounidenses que quieran participar de los comicios, deben registrarse primero.
Aun si lo hacen, no es seguro que luego voten.
Otra diferencia con Argentina es que en Estados Unidos siempre se vota un martes, un día hábil, en el que las empresas y las oficinas públicas trabajan como si fuera una jornada normal.
Originalmente, cuando la potencia mundial era aún un país mayormente agrícola, se eligió este día de la semana para dar tiempo a los ciudadanos a asistir a la misa del domingo y luego viajar durante el día lunes hasta los pueblos y ciudades donde estaban los centros de votación.
Con este sistema, hace cuatro años, de los 241 millones de ciudadanos en edad de votar, sólo 129 millones participaron de las últimas elecciones generales, es decir, un 53,6%.
Como si la falta de estímulos para votar no fueran suficientes, en los últimos años las autoridades estadounidenses limitaron aún más el sufragio con nuevas leyes electorales.
Dado que el proceso electoral está prácticamente descentralizado, cada estado decide sus propias leyes electorales. Por ejemplo, cada estado define con qué documento se vota, ya que no existe tal cosa como un documento de identidad nacional, como en Argentina.
Entonces, en algunos estados se vota con el registro de conducir o con el pasaporte, lo que elimina de facto la posibilidad de participar de aquellos que no posean esos documentos.
Otro tipo de límite puede ser la regla que quita el derecho a voto a todos aquellos que tengan una condena penal. En el país con mayor población carcelaria del mundo y en donde los negros y latinos tienen más chances de ser detenidos y sentenciados que los blancos, esta norma afecta a ciertas minorías y a algunas clases sociales más que a otras.
Pero aún cuando los ciudadanos se comprometen con el proceso electoral y participan, el resultado final de los comicios presidenciales no siempre representa la voluntad de la mayoría de los votos.
La elección presidencial en Estados Unidos no es directa como en Argentina.
Los ciudadanos votan por los electores de su estado que luego serán parte del llamado colegio electoral, que elegirá finalmente al candidato ganador, como sucedía en Argentina antes de la reforma constitucional de 1994.
En Estados Unidos, cada estado elige a un número de electores para el colegio electoral, según su número de habitantes en el último censo.
El estado que más electores aporta es California con 55, mientras que Wyoming y la pequeña capital, Washington DC, apenas eligen tres cada uno.
Excepto por los estados de Nebraska -cuatro electores- y Maine -dos electores-, en todos los estados el partido que gana se lleva todos los electores, no se dividen proporcionalmente.
En total, los 50 estados aportan 538 representantes en el colegio electoral y un candidato debe tener el apoyo de la mitad más uno, 270, para convertirse en el presidente de Estados Unidos.