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SOCIEDAD
18 de diciembre de 2015
De los siete años que dura esa etapa escolar, seis los pasó en la calle. Vivía en una plaza con su familia hasta que un vecino les ofreció su coche. Con mucho esfuerzo, a veces sin dormir y con el estómago vacío, finalmente recibió su diploma
En medio de la adversidad y sin nada a favor, la historia de Lucas Cesio se convirtió en un verdadero ejemplo de vida. Después de una incansable lucha y mucho esfuerzo, este chico de 12 años pudo terminar la primaria a pesar de vivir varios años de esta etapa en la calle con su familia.
A pesar de no tener una casa, ni una mesa o silla para poder estudiar, Lucas recibió ayer su diploma. Su madre, llena de orgullo, no pudo ocultar las lágrimas y su gran emoción. Es que seguramente se le vinieron a la cabeza los recuerdos de hace siete años cuando ella y sus tres hijos quedaron literalmente en la calle por un problema económico.
En ese momento, Marisa, de 34 años, no tenía trabajo y no podía alimentar como quería a sus hijos, pero siempre tuvo un objetivo claro en la cabeza: la educación. Por eso, nunca permitió que ninguno de sus hijos dejara de estudiar.
Los primeros años, pasaban las noches en la Plaza Éxodo Jujeño, en Villa Urquiza, a pocas cuadras de la escuela Número 5 "Enrique de Vedia", donde estudió y se recibió. La jornada era siempre la misma: a la mañana iban a una estación de servicio donde les prestaban el baño para que se higienizaran. Después, caminaban y recorrían distintos locales en las que les daban algo para comer, si es que había: "Con mi familia no pedíamos plata, lo único que queríamos era lo que les sobrara para poder comer. Si nos querían dar dinero les decíamos que no, que preferíamos una empanada", contó Lucas al diario Clarín.
Muchas veces no conseguían nada para comer y Lucas se veía obligado a ir al colegio con la panza vacía pero siempre con la tarea terminada. La hacía abajo de un tubo de luz sentado bajo un arbol u oculto bajo el techo de alguna casa los días de lluvia. Su fuente de consulta era lo que anotaba en clase o lo que su madre recordaba.
Una noche de tormenta, un vecino solidario se les acercó y les dio las llaves de su auto, un Peugeot 505 color champagne. "Dormíamos como podíamos, me acuerdo que a veces me tenía que bajar del coche en la noche para estirar las piernas porque se me dormían y me dolían. Pero estar en el auto era mejor que en la calle porque ahí tenía miedo de que alguien nos robara o me raptaran", añadió.
Durante cuatro años el asiento trasero del auto fue su cama, casi que había olvidado cómo era dormir acostado. "Una vez nos mandaron a un parador que tiene la Ciudad para los que viven en la calle, pero fue horrible. Nos miraban mal y nos gritaban. Esa noche la miré a mi mamá y le dije que no quería venir nunca más y que prefería estar en el coche", añadió.
Lo único que admitió es que de vez en cuando se sentaba en el último banco y se quedaba dormido. "Yo no quería pero estaba muy cansado", añadió.
A principios de este año, la mamá consiguió que le dieran una casilla en Florencio Varela, pero el chico quería terminar el colegio con sus mismos compañeros, por lo que tenía que tomarse un tren, dos colectivos y el subte. Todos los días se levantaba a las 4 de la mañana para poder entrar en horario a la escuela, donde lo recibían con un café con leche y galletitas. Ahora se prepara para un nuevo desafío: la secundaria.