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INTERNACIONALES
6 de noviembre de 2015
Desde Grecia, Nicolás Migueiz contó a Clarín el drama que enfrenta cada vez que se mete al mar a salvar a los náufragos que buscan llegar a Europa. De la desesperación a la esperanza.
Está amaneciendo en la isla griega de Lesbos y Nicolás Migueiz Montán está parado, con su traje de neoprene, en el punto más alto de la isla.
Levanta sus binoculares y mira al horizonte. Allá, a sólo 9 kilómetros, está la costa de Turquía, donde miles de refugiados que abandonaron sus países se juegan la vida que les queda por subirse a una embarcación que los cruce a Europa.
A través de los binoculares, los va viendo avanzar. A veces, los ve llegar a la costa: no entiende el idioma en el que hablan pero el alivio de haber sobrevivido dos veces –a la guerra y al mar– se les distingue en las caras. Otras, lo que el horizonte lejano le devuelve es la imagen, en mute, de la desesperación: un barco ladeándose, un grito impregnado en la cara de una madre, chalecos naranjas demasiado al ras del mar.
Ahí es cuando se mete al mar a tratar de salvarlos. Nicolás tiene 34 años y es el guardavidas argentino que desde hace dos semanas está rescatando refugiados en el mar Egeo. Ayer, cuando terminó su guardia nocturna, habló con Clarín.
¿Cómo llegan los refugiados?
Las mafias turcas les cobran entre 1.500 y 2.000 euros para cruzarlos a Grecia. Pensemos que para los que tienen papeles y pueden tomar un ferry, es un viaje de 15 euros. Nos hemos encontrado con personas encadenadas en las embarcaciones. Después entendimos que los traficantes los encadenan adentro para que no se vean y nadie los pare. Además, los traficantes los suben y a los pocos metros se tiran al mar, los rescata otro y obligan a los refugiados a seguir solos. Por eso terminan manejando personas que nunca manejaron antes, los motores se rompen y muchas embarcaciones quedan a la deriva. Encima, para ganar más plata, suben a 50 personas en botes para 20. Como no soportan el peso, se empiezan a llenar de agua. El otro día, una mujer venía con su bebé atado con film en la panza. El bote se llenó de agua y el bebé llegó ahogado.
¿Cuál fue el momento más duro?
La semana pasada naufragó un barco de madera podrida con 300 personas. Cuando llegamos, estaban todos en el mar, ahogándose. Para mí lo más duro fue tener que elegir a quién salvar y a quién no. Subíamos primero a los bebés, a los chicos y a las mujeres. Pero no podíamos ir a donde había familias enteras agarrados de algo, porque cuando te ven, por la desesperación, buscan agarrarse de algo que flote. Y el único punto de flotación ahí sos vos.
¿Qué significa elegir? Un día, Nicolás salió con Fiorella Crotti, la otra argentina del equipo de voluntarios, a rescatar a un hombre. Pero cuando lo dejaron en la costa, los refugiados empezaron a tirarle piedras. Entendió después, cuando vio que el hombre tenía una mochila repleta de joyas y de dinero y armas. Elegir tiene también eso: están ahí para salvar vidas, las de quien sea.
En una situación límite, los refugiados, ¿también deben elegir?
Sí. El otro día había mala mar y una ola hizo caer a un chico al agua. El resto de la familia no pudo tirarse a buscarlo porque saben que si se tiran nadie los espera y mueren todos. El día del peor naufragio, les pedíamos con señas a las mujeres que acariecien a los chicos, porque estaban en shock. Imaginate, había mamás que acababan de perder a sus hijos y uno pidiéndoles que acaricien a los hijos de otro.
Estuviste rodeado de cadáveres, ¿qué te pasó emocionalmente?
En el momento nada, había que seguir. A la noche me encerré en la habitación y lloré como un bebé.
¿Seguiste en contacto con alguna de las personas a las que salvaste?
No, no podría. Prefiero pensar que esos bebés a los que saqué y traté de reanimar están vivos.
Esta es la peor crisis migratoria desde la Segunda Guerra Mundial. Sirios, afganos, eritreos, nigerianos, somalíes, iraquíes. Sólo a Lesbos llegan 1.000 refugiados por día. No hay un registro certero de cuántos mueren en el mar: cuando un barco naufraga y una familia entera se hunde, no hay quien reclame la pérdida. Muchos mueren en aguas abiertas, otros se ahogan cuando están a punto de llegar: la desesperación los hace tirarse al mar.
¿Recordás sus caras?
En el mar, trato de no hacer contacto visual con ellos. Pero recuerdo que en el naufragio había un señor muy obeso en el mar. Tratamos de subirlo tres veces y no pudimos, hasta que tuvimos que decidir dejarlo. Al otro día nos dicen que alguien nos quería agradecer. Era ese señor. Yo me quería morir: nos agradecía a nosotros pero lo había hecho él, se salvó porque no se rindió. Pensemos que los traficantes les dan chalecos que no flotan.
Te llaman ‘héroe’, ¿te sentís así?
Nunca podría decir que yo soy un héroe. El otro día había un grupo de afganos que habían caminado un mes y medio por las montañas. Un mes y medio caminando, para después llegar y jugarse la vida en el mar ¿sabés lo que es eso? Yo después vuelvo a mi casa y mi vida sigue. Ellos, si se salvan, van a un campo de refugiados. Es muy difícil pero prefiero concentrarme en lo positivo: cuando podemos salvar a alguien tal vez tengan una oportunidad más para reconstruir su futuro.