Sabado
23 de Noviembre de 2024
8 de octubre de 2015
Con una obra que abreva en dramas contemporáneos como la tragedia de Chernóbil o la guerra en Afganistán, la bielorrusa se convirtió en la primera periodista en ser galardonada con el Premio Nobel de Literatura, que recibió por el conjunto de "sus escritos polifónicos, un monumento al sufrimiento y coraje en nuestro tiempo", según el fallo de la academia sueca.
A partir de una voz personal que ya ha dejado su marca decisiva en el reportaje literario, la escritora se ha convertido en uno de los baluartes morales de la resquebrajada ex Unión Soviética, lo que le ha valido constantes intercambios con el gobierno de ese país y con algunos intelectuales afines al presidente Vladimir Putin.
Lo cierto es que el nombre Alexievich sonaba en los últimos días como uno de los más perfilados para obtener el Nobel, que alcanzó a los 67 años con sus impactantes collages en los que retrata el sufrimiento, las catástrofes y la vida cotidiana de los habitantes de su país bajo contextos hostiles.
La autora es sin embargo casi desconocida en la escena literaria hispana, especialmente en la Argentina, donde solo se publicó uno de sus libros, el ensayo "Voces de Chernóbil. Crónica del futuro", a través del sello Debolsillo -editado al comienzo del año luego de que la escritora fuera incluida por primera vez en los pronósticos del Nobel-, aunque ya el sello Debate adelantó que publicará en las próximas semanas su primer libro, "La guerra no tiene rostro de mujer".
Nacida en 1948 en la ciudad ucraniana de Ivano-Frankivsk, hija de padre proveniente de Belarús y de madre ucraniana, Alexievich estudió periodismo en la Universidad de Minsk entre 1967 y 1972. Trabajó como profesora de historia y de lengua alemana, aunque pronto optó por dedicarse a su verdadera pasión, el reportaje, ejerciendo como redactora en varios diarios de su país.
"La guerra no tiene rostro de mujer" (1983) -una obra basada en entrevistas con cientos de mujeres que participaron en la Segunda Guerra Mundial- le costó un litigio con las autoridades soviéticas, que impidieron su publicación.
Aunque ingresó en 1984 en la Unión de Escritores de la Unión Soviética, Alexievich no pudo publicar, hasta la llegada de la Perestroika en 1985, el primer volumen de su ciclo "El hombre rojo. La voz de la utopía".
Traducida a más de veinte idiomas, la obra narra el costo de la victoria sobre la Alemania nazi en la Gran Guerra Patria (1941-45), como se conoce en esa región del mundo a la Segunda Guerra Mundial.
"Elegí un género donde las voces humanas hablan por sí mismas", señala en su página web la autora, que suele colocar en primer plano las historias de sus muchos entrevistados, dejando testimonios que arrojan una luz inquietante sobre tragedias como la Segunda Guerra Mundial y la guerra afgano-soviética.
Para su trabajo más conocido, "Voces de Chernóbil...", Alexievich entrevistó a cientos de personas afectadas por la masiva fusión nuclear en 1986, que extendió la radiactividad por gran parte de Europa del Este.
"El libro no se trata tanto de la catástrofe de Chernóbil como sobre el mundo después de ella: cómo la gente se adapta a la nueva realidad, que ya ha sucedido, pero aún no se percibe. La gente después de Chernóbil obtiene nuevos conocimientos, que es de beneficio para toda la humanidad. Viven como si fuera después de la tercera guerra mundial, después de una guerra nuclear", dice Alexievich en su página web.
En 1989 la periodista lanzó "Los chicos del zinc", donde narra con técnica documental los aspectos penales de la guerra afgano-soviética que se había ocultado al pueblo soviético durante diez años: para recabar el material, viajó por todo el país durante cuatro años y recopiló los testimonios de madres y veteranos de la guerra de Afganistán víctimas de la guerra.
Más tarde en "Encantado con la Muerte" (1993), trató el suicido como una opción para algunos tras la caída del sistema socialista, una historia que fue llevada al cine, al igual que "Voces de Chernóbil" (1997), recientemente adaptada en forma de documental dirigido por Pol Cruchten.
Transcurrió un largo tiempo hasta que un escritor de no ficción gane el Nobel de Literatura, ya que hace más de medio siglo que lo obtuvieron figuras como Bertrand Russell y Winston Churchill.
La Bielorrusia de Alexander Lukachenko, uno de los países más afectados por las consecuencias de Chernóbil -donde el tema sigue siendo tabú-, ha prohibido su libro porque según la propia autora "no gusta" al presidente en el poder desde hace más de 20 años.
"Vivimos bajo una dictadura, hay opositores en la cárcel, la sociedad tiene miedo y al mismo tiempo es una vulgar sociedad de consumo, a la gente no se interesa por la política. Es una época difícil", resumió la escritora en una entrevista que concedió a la AFP en 2013.
Los intelectuales bielorrusos tampoco aprecian demasiado las opiniones de esta mujer que por un lado reivindica la "cultura rusa" y por otro vive la mayor parte del tiempo en Europa occidental, por la que ellos sienten una mezcla de atracción y repulsión.
"El hombre soviético no ha desaparecido. Es una mezcla de cárcel y guardería. No toma decisiones y simplemente está a la espera del reparto. Para esa clase de hombre, la libertad es tener veinte clases de embutido para elegir", sostuvo Alexievich en 2013 tras recibir el Premio de la Paz de los Libreros Alemanes (2013).