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6 de julio de 2015
El periodista Víctor Hugo Morales lanzó un nuevo libro llamado Mentime que me gusta, en el que se propone desenmascarar las operaciones y mentiras de una parte del periodismo que está sometido a intereses políticos y económicos,el periodista realiza una importante defensa del relato oficial.
El autor recopila diferentes noticias que salieron en los medios y anexa una explicación sobre cómo se manipuló la información. En sus propias palabras: “Dame una buena mentira. Ya sé que la hiciste varias veces, pero me gusta, me divierte. Tirame un zocalito para cuando estoy en el bar y voy adivinando quiénes son los que se excitan como yo. Tirá una de las buenas, mentime una de la corrupción, algo, una de la pobreza. Mentime, te pido. Mentime más”. A continuación, algunos fragmentos del libro a modo de adelanto:
La Argentina desarrolló en los últimos años un patrón de mentiras tan descarado y sostenido, que resulta inimaginable en ningún otro país del mundo. Los estándares conocidos desde siempre han sido pulverizados por una acción que ha llegado, con las nuevas tecnologías, a mantener latentes las
falsedades minuto a minuto.
Ni siquiera en América Latina, en la adolescencia de un periodismo libre, tanto del poder político como de las corporaciones, puede encontrarse un parangón. Es posible que lectores de otros países presenten sus quejas ante tal aseveración y entrecerrando el libro re’ exionen “cómo se ve que este señor no vive aquí”. Sin embargo, a quienes así puedan pensar, en Brasil, Ecuador, Venezuela, Bolivia y tantos otros países, debe decírseles que difícilmente cuenten con el elemento más novedoso que se detecta en la Argentina: la aquiescencia, el disimulo, la complicidad y hasta la exigencia del lector para que prospere la mentira.
Se leen diarios para informarse y por una cierta adhesión a la línea periodística. Se buscan en sus páginas los sueños compartidos sobre los caminos que pueden mejorar un mundo tan imperfecto. Justamente porque se les concibe como los voceros de la ética a la que aspiran sus seguidores, es propio
de su conformación, que la mentira sea detestada por los medios. En el vientre de lo que se publica en conflicto con la verdad, la derrota es la principal pasajera.
Falsear la realidad para tener razón es no tenerla. Un buen lector acompaña el análisis editorial dando por sentado que los hechos no fueron deformados para poder avanzar. El árbol y la raíz, el mar y su lecho, el periodismo y la verdad.
La mentira cuando, por su insistencia, no puede confundirse con el error, rompe el contrato que han sellado el medio y sus seguidores. Hace poco en los EE.UU. un periodista que había adulterado su participación en la guerra de Irak confesó la verdad. El héroe que había arriesgado su vida devino
en un vulgar tramposo y el canal de televisión donde tenía su programa decidió suspenderlo, acaso para siempre. Pero el público fue más allá en su castigo y la audiencia se contrajo hasta hoy porque no pudo perdonarse su ingenuidad.
Los medios están liberados de ese peligro en la Argentina. La pertenencia ideológica hace posible que una buena porción de la audiencia y los lectores considere las mentiras como una estrategia necesaria. Un parte de guerra diario que debe corroerla confianza de los adversarios sin importar el descenso a
los infiernos de la ética y la verdad. Las licencias farsescas que se permiten abarcan todo el espectro de la información, incluso el pronóstico del tiempo. En el último verano, para desalentar a los turistas, se anunciaban en la primera página días de tormenta que luego fueron abochornados por el sol. En el último trimestre del año pasado más de cien informaciones económicas de las portadas fueron despachadas a la basura por la realidad. Quienes denunciaban la estafa moral de los dueños de los medios estaban sin embargo en una relación desventajosa de treinta a uno para refutar las insidias del poder corporativo. Un fanfarrón en el bar que desafía a los presentes abusando de quienes le temen o le adulan. Su voz corre por la sala en medio de las sonrisas de complicidad, la cobardía y la impotencia. Así,
a los cómplices que esgrimen el diario como si fuese un arma cuando lo emparejan golpeando sobre la mesa para dar vuelta la página no les afectan los intereses en juego. Socios de bancos e industrias, del agro, de las empresas tecnológicas, luchan por imponer la forma de gobierno neoliberal que les conviene y el medio para lograrlo no interesa a sus fines.
Poco o nada sabrán en ese círculo rojo de poder e información sobre noticias que pudieran desacreditar sus puntos de vista. Desconocer, ocultar, minimizar los espacios de la cobertura son herramientas tan frecuentes como la mentira o el sesgo intencionado y hasta un satélite u otro proyecto espacial del país son ninguneados. Aprobar o denostar la trayectoria de los personajes de la política, la justicia y el sindicalismo de acuerdo a las coincidencias o rechazos ideológicos, alterando después la construcción de la figura, cuando pisa del otro lado de la raya, ha sido una práctica habitual.
Los libretistas de las novelas, una vez que han presentado la trama no pueden salirse de ella forzando los hechos hacia el lado que más les conviene porque el público descree de esas operaciones.
Si la ficción tiene sus verdades intocables, ¿cuánto más importan en la realidad? Así como las esclusas se llenan de agua para que un barco ascienda sobre el nivel del mar, el periodismo debe inyectar las verdades que promuevan la elevación de la condición humana.
Víctor-Marie Hugo escribió en Los Miserables que “mentir poco no es posible; el que miente, miente en toda la extensión de la mentira; la mentira es precisamente la forma del demonio. Satanás tiene dos nombres: se llama Satanás y se llama Mentira”. Si Hugo tuviese razón, en la Argentina el diablo tiene su trono en las sombras del grupo de poder más concentrado. El raid de fabulaciones sobre la muerte del fiscal Nisman al que se lanzaron sus decenas de diarios y cientos de canales impulso la sospecha de que la Nación tiene en su cargo más alto a una asesina. Una presidenta que ante la acusación de un fiscal que la señaló como una traidora a la Patria, decidió matarlo. No les importó que la denuncia fuese la acción descabellada de un hombre que en realidad buscaba su propia destrucción. Los ángeles caídos de las redacciones de ese patrón de maldad instalaron de inmediato el crimen de estado y al cabo de las primeras horas los lectores cómplices clavaron frente a la Casa Rosada sus carteles con la leyenda “asesina”. Y persiguieron a golpes el auto que llevaba a la Procuradora General cuando visitó a la familia la noche del velorio. “Un fiscal hace una denuncia contra la presidenta y a los cuatro días aparece muerto… qué quiere que le diga”. Ese era el argumento, la pura lógica del diablo y sus secuaces, fuesen escribas o lectores.
El “periodismo canalla” sobre el que escribió Serrano es el que gestiona culturalmente el dominio de las élites que se erigen a sí mismas como las únicas que pueden comandar el mundo. Representan los intereses más egoístas de la humanidad. Son el capital, la usura, los buitres. Lo distintivo de la Argentina es que aquí son ellos mismos el capital, la usura y los buitres. Y son además la justicia y la artillería pesada de la oposición política de cualquier síntoma de progresismo que pueda disputarles al poder.
El negocio es inocular miedo
“Una década con tres homicidios por hora”. La cifra no precisa mayor desglose para advertir que se trata de un dato escalofriante. Si tres personas mueren por hora, cada día 72 personas son asesinadas. En toda la década hace un promedio de ¡262.800 personas! No se trata ya de una percepción, de una sensación latente en la sociedad sino de una verdadera amenaza a la población.
El titular formó parte de la tapa del diario La Nación del 15 de octubre de 2014 y cabe destacar que la información anunciada en el titular se complementaba —en la propia tapa— con los siguientes datos: “Estudio oficial. En la Argentina se cometieron 31.992 homicidios, uno cada tres horas entre 2002 y 2012”. Curiosa manera de sostener sus propios datos.
Lejos de los augurios del diario de los Saguier, el 11 de diciembre de 2014 la cadena RT publicó una estadística de la Organización Mundial de la Salud en la que asegura que, con una estadística de seis asesinatos cada 100.000 habitantes, la Argentina ocupa el puesto número cuatro en el rankingde los países más seguros para vivir en América Latina y el Caribe.
Nos toman el pelo
La entrevista fue en TN y venía a cuento de una información publicada por Clarín: una deportista de 16 años dedicada al remo había tenido que vender su larga cabellera para financiar su entrenamiento. Incluso, se detallaba que había recibido mil quinientos pesos por su pelo. La joven, decidida a viajar para competir, decía en el diario de Magnetto: “Cuando me corté el pelo fue una experiencia terrible. No quería hacerlo. Pero era la única manera de completar los fondos que necesitaba para viajar. Mi cuñada
me convenció. Me quería matar, aunque sabía que era solo otro sacrificio más”.
La nota transcurría en TN. El mismo 27 de octubre de 2014, Moira era entrevistada en su calidad de deportista ganadora de seis medallas de oro en el Sudamericano de Kayak. El periodista afirma casi compungido que esas medallas tienen “un valor distinto… imaginamos la historia, tiene un
valor distinto y seguramente esto de vender el pelo… ¿por qué tomaste esta decisión? Ya sé que porque no te alcanzaba el dinero, pero hay otras opciones. Vos dijiste esto: quiero vender mi pelo”. La respuesta de la adolescente dejó a los periodistas helados: “En realidad, fue una confusión. Lo de vender el pelo fue hace muchos años. Lo que pasó es que el Sudamericano, en realidad, me lo pagó Chubut Deportes”, agregó que estaba muy agradecida por eso, que tenía dos becas y los viajes cubiertos por el Estado. Cuando la periodista le pidió detalles sobre la decisión de cortarse el pelo, Moira
dijo que se lo había cortado por comodidad: lo tenía hasta lacintura y no resultaba fácil entrenar con semejante melena.
La deportista llamó confusión al titular que había publicado Clarín y agregó que se veía perjudicada frente a una gobernación que la había apoyado tanto en su dedicación al deporte.