Jueves 28 de Marzo de 2024

MUNDO

10 de noviembre de 2020

Viaje al techo del mundo

El camino hacia las mesetas del desierto en el rincón más aislado del Himalaya indio es abrumador por su inusitada belleza pero doloroso por su forma de vida.

Pero puedo decir por experiencia que el paisaje es difícil de disfrutar si uno está perdido, en medio de una tormenta y sin otros seres humanos a la vista.

Nos acercábamos al final de un peligroso viaje hacia el límite de Ladakh, un territorio escasamente poblado y disputado con China y Pakistán, y donde ocasionalmente se desatan violentos enfrentamientos entre India y sus vecinos.

Junto con mi colega Money Sharma nos dirigimos hacia esa región tras un brote de violencia en junio, cuando se produjo un combate cuerpo a cuerpo a gran altura con tropas del Ejército Popular de Liberación que dejó al menos 20 soldados indios muertos.

Los detalles del incidente aún son confusos, y meses después el número de bajas chinas en el enfrentamiento sigue sin estar claro, pero desde entonces ambas partes han reforzado su posición en la frontera con el despliegue de miles de efectivos y armamento pesado, en tanto persiste la tensión transfronteriza.

Nuestra mañana comenzó con un empinado ascenso hacia el paso de montaña Shinku La, a casi 5.200 metros sobre el nivel del mar y casi el doble de la altura del punto de partida del día en el pequeño pueblo de Keylong. Durante siglos, este accidentado camino ha sido la ruta principal hacia la frontera para comerciantes y viajeros que viajan por tierra desde Himachal Pradesh hacia el sur.

Íbamos munidos de un rudimentario mapa que nos había dibujado un servicial joven que nos alertó acerca de lo fácil que era perderse en el camino a Chhika, nuestro destino final. Y tenía razón.

Cuando finalmente llegamos, muchas horas después de lo previsto, la lluvia era torrencial y la temperatura había caído debajo de los 15 grados Celsius, normal para los estándares occidentales, pero helada para lo que yo estaba acostumbrado en mi casa en Nueva Delhi, y peor aún con nuestras ropas empapadas durante el descenso al pueblo por una resbaladiza escalera tallada en la ladera de la montaña.

“Pueblo” es una descripción generosa del tamaño de Chhika, que en los hechos no es más que un grupo de ocho o nueve casas de piedra adornadas con banderas de oración: esta parte de los Himalaya, más cerca del Tibet que de las planicies de la India, es uno de los pequeños reductos budistas en un país donde cuatro de cada cinco personas profesan el hinduismo. Nos sentimos como unos forasteros, pero un anciano nos tranquilizó al salir corriendo de su casa a saludarnos, con la exuberancia de alguien que no tiene oportunidad de conocer gente nueva.

Nuestro anfitrión estaba mucho menos interesado en quiénes éramos y de dónde veníamos que en cómo habíamos hecho el viaje. La nueva carretera de Keylong que nos llevó hasta sus puertas había reducido los tiempos de viaje por tierra a una fracción de lo que eran unos años antes. Nos dijo que la última vez que estuvo enfermo, había tenido que caminar todo el día para llegar al pueblo más cercano en un viaje que ahora toma media hora.

El pintoresco paisaje montañoso del extremo norte de la India ha actuado como un amortiguador entre pueblos como Chhika y las tierras bajas hacia Delhi y más allá. El paso de Rohtang, una de las dos rutas hacia la región, se conoce localmente como "Paso de la pila de cadáveres" por la cantidad de personas que han muerto al intentar atravesarlo. La mayoría de los que viven aquí se llevan una vida espartana  buscando comida o cultivando tubérculos durante los cortos meses de verano para refugiarse en sus hogares durante el largo invierno.

Pero el camino a Chhika es una señal de que este aislamiento pronto será cosa del pasado. Los líderes de India se han visto sorprendidos por el desarrollo masivo del lado china de una frontera tensionada con los refuerzos militares. Desde hace mucho tiempo que se considera una necesidad estratégica mejorar el transporte hacia la región.

Fuimos testigos del logro de esta nueva política un día antes durante nuestro viaje a Keylong a través del nuevo túnel Rohtang de nueve kilómetros: una década en proceso de construcción, es el túnel de carretera más largo del mundo a una altitud superior a los 3.000 metros y acorta de ocho horas a 90 minutos el tiempo de viaje hacia la próxima gran ciudad del Himalaya. Fue inaugurado formalmente en octubre por el primer ministro Narendra Modi, quien se  presentó como el protector de la nación y adoptó un tono beligerante hacia China tras los  choques fronterizos de junio.

El Túnel de Atal es una verdadera maravilla de la ingeniería, construido en un entorno con poco oxígeno donde las temperaturas a menudo descienden por debajo del punto de congelación y las colinas circundantes son propensas a deslizamientos de tierra. El coronel Parikshit Mehra, director del proyecto, atribuye su éxito a la superación del desafío logístico de procurar comida caliente para los miles de trabajadores: "Levanta el ánimo como ninguna otra cosa", nos dijo.

Mehra es militar y el proyecto fue claramente ideado por razones castrenses: ahora se pueden enviar miles de efectivos a Ladakh en caso de otro enfrentamiento con uno de los vecinos de la India. Pero a lo largo de este rincón del Himalaya, la gente nos habló animadamente de los cambios positivos que traerían las nuevas carreteras: más turistas, mejores recursos, mejor atención médica y empleos locales.

"Esta es la única vida que conocemos, pero ahora las cosas están cambiando", dijo Ramesh Kumar Raulba, un legislador del distrito que se reunió con nosotros en Keylong.

“Puedo recordar vívidamente cómo nuestra gente solía llevar sus pertenencias a caballo desde pueblos distantes a través de estas montañas, a menudo arriesgando o perdiendo la vida en el camino”, dijo. "No podríamos entonces haber imaginado dónde estamos hoy".

Fue un regreso reacio a Nueva Delhi después de días de serenidad y aire de montaña. Soy uno de los 22 millones de personas que viven en la capital, donde el año pasado la contaminación era tan intensa que durante una semana no teníamos una visibilidad mayor a los 20 metros. La gente pulula, la naturaleza está ausente y las oportunidades de tranquilidad y soledad son mínimas.

Cuando contemplé el paisaje de postal del Himalaya y respiré el aire fresco, fue imposible para mí no glorificar lo que me rodeaba y sentirme ansioso por lo que estos cambios pueden traer consigo. Sospecho que la próxima vez que pase por estos lugares, me costará reconocerlos.

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