Viernes 29 de Marzo de 2024

SOCIEDAD

2 de octubre de 2019

Juntó 9.500 espejitos y creó un mural con el rostro de Jesús

Atilio Roberto cautiva a los taficeños con sus obras de arte. Un autodidacta que se define como un apasionado de lo que hace.

Un artista en Tafí Viejo expone sus mejores obras en una plaza para que todos puedan admirarlas. En sus locuras, intentó hacer un avión. Disfruta que le digan profesor aunque no terminó la secundaria. Innova y se las ingenia para hacer arte. Atilio José Roberto es un artista, que se describe como un laburante apasionado por lo que hace.

“Desde niño me gusta el dibujo e inventar cosas. Cuando no era fácil conseguir monedas para los videojuegos, hacía uno con espejitos y unos ruleros de mi ‘vieja’; sólo se podía usar en días soleados. 
Cuando no había para comprar juguetes, hacía helicópteros con paltas verdes y las latitas que traían las botellas de sidra en el corcho”, recuerda.

La pasión por el arte viene de familia. “Heredé el gusto por el arte de mi vieja, hacía dibujitos hermosos. La inventiva la saqué de mi viejo, todo lo resolvía con ingenio”, cuenta Atilio, que sorprendió gratamente a quienes concurren a la plaza Bartolomé Mitre, de Tafí Viejo, con un mural alucinante: depende dónde te parés podrás ver una imagen del rostro de Jesús.


Atilio, que suele recibir a los invitados con un cigarrillo en mano y una botella de gaseosa bajo el brazo, cuenta que la magia de su mural nace a partir del reflejo que proyectan los espejos en unos mosaicos colocados debajo de la obra de arte. “El mural no tiene pintura, se pinta con la luz. La imagen se forma en el observador porque no está impresa en ninguna parte”, explica.

En apenas 10 días de arduo trabajo, del que participaron sus hijos y amigos, Atilio terminó la pieza. 
Colocó uno por uno hasta completar 9.500 espejitos cortados en cuadrados. Orgulloso, Atilio insiste en que lo suyo no tiene rival. “No hay nada parecido en el mundo. Si hay un japonés que quiere ver un mural de esta forma, tiene que venir acá a verlo”, bromea. “Cuando se me ocurre alguna idea es muy lindo llegar a concluirla. La satisfacción es solucionar los problemas con el trabajo y sobre todo, la devolución de la gente, que les guste lo que hago”, agrega.
Los comienzos

En su adolescencia, Atilio soñó con ir a la escuela de Bellas Artes, sin embargo, la economía de la familia no se lo permitió: cursó un año y medio y se vio obligado abandonar. “Desde los 15 soy letrista. Empecé pintando carteles en verdulerías con frutas y verduras. No me lo pedían, pero arruinando paredes fui aprendiendo”, comenta entre risas.

“Los errores enseñan más que el aprendizaje. Con el tiempo gané experiencia y ahora la Municipalidad me confía algunos espacios”, revela. “Si un trabajo no tiene dificultades, no te enseña nada”, reflexiona.
Confiesa Atilio que lo más importante para él es dejar un mensaje en sus obras, una enseñanza. Su deseo es inspirar a otros a que encuentren en el arte la forma de hablar con el alma. “La obra que más me gusta es la que todavía no hice. Cuando termino algún trabajo siempre están esperando otros trabajos en el tintero”, relata.

Además de dedicarse a los nuevos proyectos, Atilio es docente. “En la Municipalidad de Tafí Viejo tenemos una escuela de pintura destinada a los que no pueden o no pudieron ir a la Escuela de Bellas Artes. Van como 100 alumnos desde los seis años hasta los 99”, se alegra. “Estoy ayudando a los futuros artistas y me pone muy feliz”, recuerda.
El arte, una obsesión

Como todo artista, el hombre pierde a veces la real dimensión del tiempo que lleva trabajando en su taller. “Paso la mitad de mi vida ahí, casi nunca estoy en mi casa. Ellos me entienden y me acompañan en mis pasiones”, busca una sonrisa cómplice Atilio. Es famoso por sus obras, pero aun así no puede sostener su familia con su arte.

“A veces, en una tarde me pongo a pintar y hago cuatro o cinco cuadros, se van amontonando, y después los regalo”, reconoce.
Entre las obras más relevantes que se le conocen a Atilio, además del mural con la imagen de Jesús, hay otro con la imagen de la Virgen de Schoenstatt en las afueras de la escuela Fray Cayetano Rodríguez. La diferencia entre uno y otro son los materiales. Uno con vidrio, el otro con tapitas de plástico.

“Con estas imágenes quiero mostrarle a la juventud que puede volver al camino de amor al prójimo, de la bondad, de respeto y del trabajo. En vez de que estén idolatrando a un héroe de un videojuego quiero que encuentren en mis obras a alguien en quien refugiarse o a quien imitar”, dice.
La plaza Bartolomé Mitre alberga muchas obras de Atilio, allí colocó la “fuente del duende” donde con unos engranajes conectados y mucho movimiento cuenta una historia. “Ahora no funciona, le falta mantenimiento. Me llevó un mes terminarla”, recuerda. En la remozada hostería Atahualpa Yupanqui casi todas las obras son de Atilio. Realizó esculturas con troncos y una fuente con luces.

Pensando en lo que viene, Atilio tiene una sorpresa para los más chicos. “Estoy haciendo un muñeco de ventrílocuo. Cuando voy a las escuelas a hacer un mural o algo así, siempre les hago algún truco de magia a los chicos y ellos participan en la creación del mural”, adelanta.

Como Da Vinci

Cuenta que un día se levantó de su cama, porque había soñado que podía volar por Tafí Viejo, como Superman. “Quedé tan impresionado que me propuse volar.
Empecé a construir un ultraliviano. Cuando iba a hacer la prueba me iban a largar con una camioneta, porque en ese momento no tenía motor. Un vecino se llegó por el taller y me dijo que si tenía ganas de vivir, no me suba”, recuerda entre carcajadas Atilio.

El sueño quedó en eso, porque el ultraliviano encontró otra vida. “Una antena para el televisor. Tenía la mejor señal”, bromea. Claro que Atilio se sacó las ganas: compró un aladelta y voló. “Sentí la libertad en su máxima expresión. Luego vendí el ala y me hice un telescopio, veía los demás planetas, pero con los pies en la tierra, más seguro”, añade.

Atilio Roberto cautiva a los taficeños con sus obras de arte. Un autodidacta que se define como un apasionado de lo que hace.
Hace 12 Hs 2 5 Por Karen Fernández

Un artista en Tafí Viejo expone sus mejores obras en una plaza para que todos puedan admirarlas. En sus locuras, intentó hacer un avión. Disfruta que le digan profesor aunque no terminó la secundaria. Innova y se las ingenia para hacer arte. Atilio José Roberto es un artista, que se describe como un laburante apasionado por lo que hace.

“Desde niño me gusta el dibujo e inventar cosas. Cuando no era fácil conseguir monedas para los videojuegos, hacía uno con espejitos y unos ruleros de mi ‘vieja’; sólo se podía usar en días soleados. Cuando no había para comprar juguetes, hacía helicópteros con paltas verdes y las latitas que traían las botellas de sidra en el corcho”, recuerda.

La pasión por el arte viene de familia. “Heredé el gusto por el arte de mi vieja, hacía dibujitos hermosos. La inventiva la saqué de mi viejo, todo lo resolvía con ingenio”, cuenta Atilio, que sorprendió gratamente a quienes concurren a la plaza Bartolomé Mitre, de Tafí Viejo, con un mural alucinante: depende dónde te parés podrás ver una imagen del rostro de Jesús.

 


ATILIO JOSÉ ROBERTO. El artista posa la mano sobre su obra.

Atilio, que suele recibir a los invitados con un cigarrillo en mano y una botella de gaseosa bajo el brazo, cuenta que la magia de su mural nace a partir del reflejo que proyectan los espejos en unos mosaicos colocados debajo de la obra de arte. “El mural no tiene pintura, se pinta con la luz. La imagen se forma en el observador porque no está impresa en ninguna parte”, explica.

En apenas 10 días de arduo trabajo, del que participaron sus hijos y amigos, Atilio terminó la pieza. Colocó uno por uno hasta completar 9.500 espejitos cortados en cuadrados. Orgulloso, Atilio insiste en que lo suyo no tiene rival. “No hay nada parecido en el mundo. Si hay un japonés que quiere ver un mural de esta forma, tiene que venir acá a verlo”, bromea. “Cuando se me ocurre alguna idea es muy lindo llegar a concluirla. La satisfacción es solucionar los problemas con el trabajo y sobre todo, la devolución de la gente, que les guste lo que hago”, agrega.

Los comienzos

En su adolescencia, Atilio soñó con ir a la escuela de Bellas Artes, sin embargo, la economía de la familia no se lo permitió: cursó un año y medio y se vio obligado abandonar. “Desde los 15 soy letrista. Empecé pintando carteles en verdulerías con frutas y verduras. No me lo pedían, pero arruinando paredes fui aprendiendo”, comenta entre risas.

“Los errores enseñan más que el aprendizaje. Con el tiempo gané experiencia y ahora la Municipalidad me confía algunos espacios”, revela. “Si un trabajo no tiene dificultades, no te enseña nada”, reflexiona.

Confiesa Atilio que lo más importante para él es dejar un mensaje en sus obras, una enseñanza. Su deseo es inspirar a otros a que encuentren en el arte la forma de hablar con el alma. “La obra que más me gusta es la que todavía no hice. Cuando termino algún trabajo siempre están esperando otros trabajos en el tintero”, relata.

Además de dedicarse a los nuevos proyectos, Atilio es docente. “En la Municipalidad de Tafí Viejo tenemos una escuela de pintura destinada a los que no pueden o no pudieron ir a la Escuela de Bellas Artes. Van como 100 alumnos desde los seis años hasta los 99”, se alegra. “Estoy ayudando a los futuros artistas y me pone muy feliz”, recuerda.

El arte, una obsesión

Como todo artista, el hombre pierde a veces la real dimensión del tiempo que lleva trabajando en su taller. “Paso la mitad de mi vida ahí, casi nunca estoy en mi casa. Ellos me entienden y me acompañan en mis pasiones”, busca una sonrisa cómplice Atilio. Es famoso por sus obras, pero aun así no puede sostener su familia con su arte.

“A veces, en una tarde me pongo a pintar y hago cuatro o cinco cuadros, se van amontonando, y después los regalo”, reconoce.

Entre las obras más relevantes que se le conocen a Atilio, además del mural con la imagen de Jesús, hay otro con la imagen de la Virgen de Schoenstatt en las afueras de la escuela Fray Cayetano Rodríguez. La diferencia entre uno y otro son los materiales. Uno con vidrio, el otro con tapitas de plástico.

“Con estas imágenes quiero mostrarle a la juventud que puede volver al camino de amor al prójimo, de la bondad, de respeto y del trabajo. En vez de que estén idolatrando a un héroe de un videojuego quiero que encuentren en mis obras a alguien en quien refugiarse o a quien imitar”, dice.

La plaza Bartolomé Mitre alberga muchas obras de Atilio, allí colocó la “fuente del duende” donde con unos engranajes conectados y mucho movimiento cuenta una historia. “Ahora no funciona, le falta mantenimiento. Me llevó un mes terminarla”, recuerda. En la remozada hostería Atahualpa Yupanqui casi todas las obras son de Atilio. Realizó esculturas con troncos y una fuente con luces.

Pensando en lo que viene, Atilio tiene una sorpresa para los más chicos. “Estoy haciendo un muñeco de ventrílocuo. Cuando voy a las escuelas a hacer un mural o algo así, siempre les hago algún truco de magia a los chicos y ellos participan en la creación del mural”, adelanta.

Como Da Vinci

Cuenta que un día se levantó de su cama, porque había soñado que podía volar por Tafí Viejo, como Superman. “Quedé tan impresionado que me propuse volar. Empecé a construir un ultraliviano. Cuando iba a hacer la prueba me iban a largar con una camioneta, porque en ese momento no tenía motor. Un vecino se llegó por el taller y me dijo que si tenía ganas de vivir, no me suba”, recuerda entre carcajadas Atilio.

El sueño quedó en eso, porque el ultraliviano encontró otra vida. “Una antena para el televisor. Tenía la mejor señal”, bromea. Claro que Atilio se sacó las ganas: compró un aladelta y voló. “Sentí la libertad en su máxima expresión. Luego vendí el ala y me hice un telescopio, veía los demás planetas, pero con los pies en la tierra, más seguro”, añade.

Planes para el futuro

“No sé qué es lo próximo que voy a hacer. Tengo más de 20 proyectos que me esperan. Todo me apasiona. Soy como un nene cuando entra a una juguetería y mira para todos lados y no sabe lo que quiere”, se compara. “Lo importante es dejar un poquito de alma en lo que uno hace. Siempre hay que hacerlo con pasión. Felices los que pueden vivir de su pasión, yo lo hago de mi oficio”, concluye.

 

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