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SOCIEDAD
19 de septiembre de 2019
La curiosa vida de Elpidio González, el hombre que fue vicepresidente, ministro de Guerra y jefe de policía y murió sin dinero porque consideraba que estaba mal cobrar por un cargo para el que el pueblo lo había elegido
Durante el segundo mandato de Yrigoyen, ocupó la cartera de Interior e interinamente la de Guerra, en los días previos al golpe del 6 de septiembre de 1930.
Cuando se dirigía a su casa de la calle Gorostiaga, en Palermo, fue detenido. "Cumpla con su deber", le dijo al policía. Luego de un breve paso por el Departamento Central de Policía, lo alojaron en el mismo barco donde estaba el ex presidente Yrigoyen. Juntos compartirían las penurias del encierro en la isla Martín García. Elpidio permanecería dos años detenido en la Penitenciaría Nacional.
Cuando su madre falleció, el propio González debió subirse a la propia carroza fúnebre, ya que no disponía de dinero para contratar un mejor servicio. Debió volver a vivir a la pensión ubicada en la Avenida de Mayo, la misma que había ocupado de joven, ya que le habían ejecutado la hipoteca que pesaba sobre su vivienda.
Según recuerda haberle escuchado contar a Elpidio el taquígrafo y dibujante del Congreso Nacional Ramón Columba, el dirigente radical en 1916 poseía un patrimonio de 350.000 pesos; y en 1930 tenía 65.000 pesos, pero en deudas.
Vendedor de anilinas
Desde su juventud, Elpidio era amigo del alemán Germán Ortkras, quien había fundado en 1911 la empresa Anilinas Colibrí. Al verlo en tan mala situación económica, el empresario le ofreció pagarle la jubilación correspondiente a vicepresidente de la República, a lo que Elpidio se negó enérgicamente. Sí consintió en trabajar para la empresa, y puso como condición no ganar más que los jefes.
Era común verlo, con ese mismo traje oscuro, maltratado por el uso y su característica barba blanca, recorrer algunos comercios de zapateros amigos de la zona de Avenida de Mayo. Algunos vecinos lo reconocían y se asombraban de su triste destino. "No se puede creer…", comentaban. "Es lo que corresponde", respondía.
En la empresa aún recuerdan cuando en una oportunidad debió ir a hacer un trámite: no tenía dinero ni para pagar el estampillado.
González se movía en transporte público y terminó sus días como vendedor de anilinas
Al trabajo iba en tranvía y eran usuales las discusiones, ya que no le querían cobrar el boleto. La empresa estaba en Alvarez Thomas y Elcano y lo habían nombrado a cargo de la oficina de morosos incobrables. Algunos clientes, simpatizantes radicales, se atrasaban deliberadamente en los pagos, sólo para que González les enviase la carta de intimación firmada de su puño y letra. En Colibrí aún se conserva como un tesoro la máquina de escribir Underwood que usaba.
Hay una historia, con mucho de leyenda de que el ex vicepresidente por un tiempo vivió en una pensión que estaba por ser demolida por la ampliación de la Avenida 9 de Julio y que él le pidió al capataz algunos días para conseguir otro techo. Nuevamente, cuando vio que el que le rogaba una prórroga era Elpidio, la noticia corrió como reguero por la ciudad.
Verdad o invento, lo cierto es que el presidente Agustín P. Justo se enteró de su precaria situación económica, y envió a su secretario general a entregarle dinero. "Se lo dejo. Es la orden que tengo del general Justo, quien le envía, además, un afectuoso saludo", le dijo el mensajero.
González vio que dentro del sobre había muchos billetes de mil pesos. Él mismo contó: "Felizmente lo alcancé al señor que me lo había dejado y se lo devolví. No lo quería recibir de vuelta, y tuve que ponerme muy serio y decirle que no iba a permitir que me ofendiera así el Presidente ni nadie, por más buena voluntad que hubiera de por medio".
"No esperaba esta recompensa, ni la deseo"
Lo que no pudo evitar fue que el diputado Adrián Escobar elaborase un proyecto que contemplaba una jubilación vitalicia para presidentes de 3000 pesos mensuales y para vicepresidentes, de 2000 pesos. En 1938 fue ley.
En la pensión donde vivía era todo alegría. "¡Don Elpidio! ¡Dos mil pesos! ¡Ya tiene su jubilación de vicepresidente!". La respuesta los descolocó. "No, yo no puedo aceptar eso. No, no…"
El 6 de octubre de 1938 le escribió una carta al presidente Ortiz, en la que señalaba: "Habiendo sido promulgada la Ley que concede una asignación vitalicia a los ex Presidentes y Vicepresidentes de la Nación, cúmpleme dejar constancia al señor Presidente, en su carácter de 'jefe Supremo de la Nación, que tiene a su cargo la Administración General del País', de mi decisión irrevocable de no acogerme a los beneficios de dicha Ley".