Sabado
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INTERES GRAL
14 de abril de 2017
Durante la noche del jueves 13 de abril, se llevó a cabo la Misa de Institución de la Eucaristía y del Sacerdocio, que dio inicio al Triduo Pascual. La misma fue presidida por el Obispo Diocesano
Mons. Luis Urbanc concelebró con el Rector y el Capellán del Santuario Mariano, Pbro. José Antonio Díaz y Diego Manzaraz, respectivamente, en el altar mayor de la Catedral Basílica y Santuario de Nuestra Señora del Valle.
En el transcurso de la misma, el Obispo lavó los pies de doce varones, reproduciendo el gesto de Jesús, quien hizo lo propio con los apóstoles antes de ser entregado, como gesto de humildad y de servicio. Durante su homilía, Mons. Urbanc expresó: “En esta noche nos reunimos para una celebración muy particular y trascendental. Es cierto que todas las Misas tienen el mismo valor, pero hoy, nosotros conmemoramos la Última Cena del Señor de la Vida y de la Historia, esa hora única en la que Jesús quiso darnos el don más grande: La Eucaristía y el Sacerdocio. Cada uno de ustedes ocupa en la mesa del Señor el lugar de los apóstoles. Y sin mérito de mi parte, yo ocupo el lugar de Jesucristo, el lugar del Maestro. La narración del Evangelio de Juan gira en torno al gesto, que Jesús hizo durante la cena, de lavar los pies a los apóstoles, omitiendo la narración de la institución de la Eucaristía puesto que ya la habían narrado los otros tres evangelistas Marcos, Mateo y Lucas. Realmente es conmovedor ver a Jesús que lava los pies a sus discípulos. Pedro no comprende nada, e incluso se resiste. Jesús con paciencia se lo explica para que descubran que el Hijo de Dios hecho hombre ha hecho esto y no se le cae nada, más aún, quiere tener la certeza de que van entendiendo: ‘¿Comprenden lo que acabo de hacer con ustedes? Me llaman “Maestro” y “Señor”, y es correcto, porque lo soy. Pues si Yo, el Señor y el Maestro, les he lavado los pies, también ustedes deben lavarse los pies unos a otros: les he dado ejemplo para que hagan lo mismo los unos con los otros’ (Jn 13,12-15). Jesús es el más importante y lava los pies. Por ende, entre nosotros, el que tenga un cargo más alto debe estar al servicio de los otros. Con este signo Jesús nos enseña que tenemos que estar al servicio de los demás, ¡¡¡siempre!!!, en todas las circunstancias de la vida. Hemos de ayudarnos unos a otros de corazón; éste es nuestro deber. Como sacerdote y como obispo debo estar al servicio de todos. Este deber nace del amor no de la ley. Amo esto y amo hacerlo porque el Señor me dio el ejemplo y me lo indica. Este signo es una caricia de la ternura Jesús por la humanidad desavenida, porque Jesús ha venido no para ser servido sino para servir, para ayudarnos, para confortarnos, para salvarnos. El ‘servicio’ es el Testamento de Jesús, es la herencia que nos deja. De esta herencia hemos de vivir y hacer que otros vivan de igual modo. Busquemos siempre el bien de los demás. Ocupemos el resto de nuestra vida en hacer el bien sin mirar a quien. Volvamos la mirada a nuestra Madre Celestial, quien no se veía de otra manera que siendo servidora de Dios y de la obra de Dios. Jamás apartemos la vista de Ella, pues en Ella encontraremos la motivación suficiente para corregir los que estemos haciendo mal y la ayuda para recibir la gracia divina de la conversión”.