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6 de mayo de 2016
Para conmemorarlo, nos referiremos a los mas de 40 años de un amor que hizo historia en la Television, y que nos metio a los argentinos en la vida de nuestros "tacheros".
“Rolando Rivas, taxista”. La telenovela de Alberto Migré se estrenó el 7 de marzo de 1972. Llegó a parar a todo un país.
Rolando Rivas, taxista marcó la historia de la telenovela nacional y, sin duda, influyó en la manera de encarar el género en toda América latina. Inventó el “antigalán”, en un Claudio García Satur que no respondía al arquetipo de ese rol, introdujo la realidad política en las historias de amor tanto como la literatura y la música clásica, se jugó a un final no tan feliz como probable, apostó como nunca antes a las grabaciones en exteriores, y sentó las bases del costumbrismo televisivo. De la mano de un grande como Alberto Migré, desde las 22 de aquel martes 7 de marzo de 1972, en las noches de Canal 13, Rolando Rivas... iba a marcar para siempre a la TV. Y a muchísimos de sus televidentes.
El barrio porteño, encarnado en ese taxista con todas sus circunstancias, no fue mero marco sino auténtico protagonista de esta telenovela. Las calles de Boedo por las que tantas veces había transitado el propio autor en su infancia, los bares donde siempre había un amigo dispuesto a escuchar y alguna teoría para arreglar el mundo, el patio con glicinas para el mate reparador a la vuelta del trabajo, la noviecita de enfrente, las sorpresas que da la vida, el amor que ocurre sin buscarlo y la cita obligada en Plaza Francia.
¿Qué jovencita de los setenta no quiso ser Mónica Helguera Paz (inolvidable Soledad Silveyra)? La chica era una tilinga de clase alta, pero jugarse por una pasión, por cierto, la reivindicaba. Y los varones. Mientras la historia romántica, la audacia de los besos y la lectura de El principito con que Rolando le daba las buenas noches a Mónica seducían a las señoras, a las hijas y a las abuelas, personajes tan bien pintados como Magoya (Beba Bidart) o el Corto (Carlos Artigas) acercaban a un público masculino, completamente inédito para el género hasta ese movido 1972. Algo o mucho estaba cambiando en Buenos Aires. Migré supo verlo y dejar testimonio de aquella ciudad que nunca volvió a ser la que era.
Mientras tanto, la chica rica -pero sola y triste- y el taxista sentimental y melancólico se amaban locamente, saltando por encima de todos los condicionamientos sociales. Esa ciudad retratada al detalle respondía del otro lado de la pantalla.
Julio de 1972. Noche de martes. En la calle, casi nadie. Es un momento dramático. Rolando está destruído. Acaban de matar a su hermano -guerrillero- y él intenta reencontrarlo en los objetos que fueron suyos y que todavía están en su cuarto. En el patio están sus amigos tacheros, algunos vecinos. Pero Rolando está solo, porque la que no está es ella. La escena pasa a la mansión de los Helguera Paz. Mónica discute con su padre: va a ir a lo de Rolando, le disguste a quien le disguste. Llega el corte y medio país suspira aliviado. Así se seguía Rolando Rivas, taxista, con una pasión que no alcanzaban a registrar ni los -para entonces explosivos- 40 puntos de rating.
Es que aparte de todos sus méritos, Rolando Rivas, taxista fue un fenómeno. Y si no, que lo diga Solita Silveyra, que 40 años después sigue escuchando en los taxis: “De ninguna manera, ¿cómo le voy a cobrar a mi novia?”. O que lo diga la flota de taxistas que, hace cinco años, despidió a Migré en la Chacarita como a uno de los suyos.
Rupturista cuando el término ni siquiera había sido acuñado, la primera temporada de la telenovela terminó con la separación de Rolando y Mónica. Porque, vaya paradoja, fue la historia de un amor imposible, que termina imposible, en una sociedad y un tiempo en que lo más difícil parecía al alcance de la mano. «